Queridos hermanos, después de las
celebraciones solemnes de nuestra fe,
entramos en el ritmo ordinario de la vida, y por eso iremos siguiendo el
Evangelio de San Lucas, que nos ayuda a
situarnos en el corazón de la realidad de muchísimas personas que viven hechos
y situaciones profundamente dolorosas. Y descubriremos que con Jesús todo acaba
siendo Buena Nueva.
Una madre que lleva a enterrar a su único
hijo
El Evangelio de este Domingo nos hace
notar que la realidad del sufrimiento atraviesa toda la historia humana, y que
nadie escapa a esa realidad. Sí, la realidad, la vida es hoy una madre que
lleva a enterrar a su único hijo, todo lo que ella tenía como referente en su
ansia por amar, y también para no morirse de hambre. Cuántas historias como
esta ocurren en nuestra vida, “ahora que parecía… todo se va al traste”. ¡Qué
diálogo tan difícil provoca la vida!, como para tirar la toalla. ¡Cuántas
historias totalmente injustas esta generando la crisis!...
El séquito de la muerte se encuentra con
Jesús
Y Jesús se encuentra con este séquito
marcado por la muerte, el dolor y el silencio. Y como uno más se compadeció de
aquella mujer y de aquel joven enfrentado a la muerte. Y su ¡no llores! No es un gesto protocolario.
En Jesús es el primer paso que busca revertir la situación, un paso que
necesariamente conecta con aquel joven atrapado en la muerte; ¡Muchacho, a ti re lo digo, levántate!
La fuerza de su juventud se rebela contra aquella situación. Y Jesús devuelve a
la mujer afligida a quien era el puntal de su vida.
Jesús
es el Salvador.
La narración evangélica termina diciéndonos que la gente exclamaba “Un gran profeta ha
surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. Y es que Jesús no es
el curandero que va repartiendo favores por allá donde pasa, sino que es el
gran Profeta, el Hijo de Dios enviado para anunciar que Dios no quiere el
dolor, el llanto, la muerte. Que el destino del hombre no es la muerte sino la
vida. Que Dios se conmueve y sufre ante el dolor y la tragedia que padece cada
hombre o mujer. Que todo mal… no es su voluntad, sino contrario a su voluntad.
Que Dios creó el mundo bueno sin mal. Y así quiere establecer un cielo nuevo y
una tierra nueva, sin lágrimas, sin muerte ni luto, sin llanto ni dolor.
Si, el pueblo de Naín lo comprendió bien:
aquello que sus ojos vieron no fue un simplemente un hecho prodigioso, ni un
golpe de efecto, ni tan sólo una resurrección. Lo que vieron y sintieron fue a
Dios que se había hecho cercano y que había devuelto el gusto de vivir que es
un regalo. A la vez nos dan la pista de lo que vivimos en la Eucaristía. Más
que un acto que nos ha ido bien, que me ha dado lo que necesitaba, se trata de
Dios, que me ha mostrado que es incondicional, que puedo contar con él y que ha
ampliado mi vida.
¿Qué debemos hacer como discípulos de Jesús?
También nosotros nos
encontramos con hombre y mujeres que
lloran, afectados por la enfermedad, la muerte o la desgracia que sea. Como
discípulos de Jesús, ¿qué debemos hacer? Lo que hizo el Maestro: Conmoverse, hacer
compañía, procurar ayudar, comulgar con el dolor de los hermanos, sentirlo como
propio. Sin necesidad de que nos lo pidan, sin querer asumir ningún
protagonismo, con sencillez, con amor. Así seremos discípulos de Jesús y haremos
que nuestro mundo se abra, por nuestro testimonio, a la bondad de Dios que
apuesta por la vida de todos los seres humanos.
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