Queridos hermanos: Celebramos la
Solemnidad de Pentecostés. Cincuenta días después de la Resurrección del Señor,
una vez glorificado a la derecha del Padre, Jesús cumple su promesa: “No os
dejaré huérfanos, os daré un Defensor…”
1.- DON DE DIOS.
Hoy, pues, es el día anunciado y esperado
en la historia de la salvación. Se prendió por fin la hoguera que Cristo tanto
deseaba. Se abrieron los surtidores y las fuentes inagotables que se habían
anunciado. Ya pueden bañarse todos y
bautizarse en las aguas del Espíritu. Los hombres, todas las personas pueden
hablar la misma lengua. Todos los hombres pueden tener la vida eterna.
Hoy celebramos la efusión del Espíritu Santo,
que supone la autodonación máxima de Dios, el culmen de su generosidad. La
generosidad de Dios se demostró de una manera desbordante en Jesucristo. “Tanto
amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Único. Este don de Cristo, Dios con
nosotros, ya sabemos lo que supuso para nosotros. Nos lo dio todo y se dio del
todo.
¿Cabe esperar alguna gracia más de Dios?
Pues el Espíritu es esa gracia excesiva.
“La gracia” que nos viene conjuntamente del Padre y de Jesucristo. También de
Jesucristo que exhala su aliento para trasmitirlo a su Iglesia y lo sigue
transmitiendo.
El Espíritu Santo es la tercera persona
divina, es la vida íntima de Dios, su gozo, su fuerza, su amor, que se mete en
nuestra vida. Jesucristo, Ntro. Señor, actuaba desde fuera, ayudando y
enseñando…, “Dios con nosotros”.
Ahora el Espíritu actúa dentro de
nosotros, iluminando y confortando. “Dios en nosotros”. Es verdad que Cristo es
la vid y nosotros los sarmientos, pero la savia es el Espíritu. Con el
Espíritu, Dios y no nos da cosas. Se da Él mismo.
2.- LA FUERZA DE
DIOS.
El Espíritu Santo es Dios mismo, la fuerza
de Dios que todo lo penetra y lo transforma. Su fuerza es creadora, luminosa,
vivificadora. Se identifica con el amor.
Nosotros estamos llenos de debilidades y
rodeados de dificultades. Palpamos
constantemente nuestra debilidad. No somos capaces de vencer nuestros
defectos; hacemos buenos propósitos, pero nos olvidamos enseguida; nos dejamos
seducir fácilmente; nos cansamos pronto; nos acobardamos ante cualquier peligro. Caemos una y otra vez.
Pero Dios lo puede todo: Necesitamos la
fuerza del Espíritu, que nos cure y nos llene de energía. La fuerza que
transformó a los discípulos; la fuerza que empuja a los misioneros y sostiene a
los mártires. La fuerza que vence todos los miedos, todos los decaimientos,
todas las dificultades. La fuerza que supera todos los egoísmos, porque la
fuerza del Espíritu de identifica con el amor.
Si realmente nos abrimos al Espíritu
sentiremos una energía poderosa; podré superar gozosamente lo que antes me
parecía una montaña; me sentiré distinto, como si alguien, no yo, actuara en
mí.
3.- HUESPED DEL ALMA
Pero el Espíritu no es una fuerza
impersonal. Es el Espíritu de Jesús, el Espíritu de Dios, que se ha derramado
sobre nosotros. Se nos ha dado como Amigo y Defensor, como Consejero y
Animador. Ha llegado a nuestra casa como Huésped permanente. Viene a romper
nuestra soledad, a cultivar nuestro huerto. Viene a embellecer nuestra casa;
viene a cuidarnos, a curarnos y a alegrarnos, a darnos vida. Viene, sobre todo,
a ser nuestro amigo.
4.- CON CUERDAS DE
AMOR
Tú le puedes olvidar, pero Él no te
olvida. Tú le puedes “hacer llorar”, pero Él te hará siempre sonreír. No seas,
pues, tan ciego y tan necio que quieras echar de tu casa al Espíritu Santo. Al
revés, ábrele siempre las puertas y sujétale con cuerdas de amor. No dejes que
se canse; dale compañía; háblale constantemente; pídele consejo en todo; pídele
la fuerza que tanto necesitas. Pídele amor y dale amor.
El
Espíritu Santo se hace tu Huésped, se hace tuyo. Quiere ser como el aliento de
tu vida. Deja que te aliente. El te trabaja por los sacramentos para continuar
la obra de la Salvación de Cristo contando contigo.
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