INTRODUCCIÓN: Hermanos,
celebramos la Solemnidad de la Gloriosa Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo
al Cielo. Esta Solemnidad reafirma nuestra fe en Cristo Resucitado: “Se les
presentó...” Y al mismo tiempo nos abra a la esperanza de lograr la plenitud de
nuestra salvación, por la gracia del Espíritu Santo que se nos ha regalado.
Hoy, pues, se nos invita a la alegría y a la esperanza.
La Fiesta de la
Ascensión viene a ser el final de la carrera personal de Cristo; una carrera
llena de obstáculos, que se inició con vertiginosos descensos para terminar con
admirables ascensiones. Jesús
“se sienta a la derecha del Padre”; “toma posesión de la Gloría”. Pero debemos
aclararnos: Si decimos que Jesús es Dios, no necesitó la Ascensión. Pero Jesús,
a la vez, es hombre para los hombres. Jesús recorre su camino por y para
nosotros. De tal modo que en la GLORIFICACIÓN DE JESÚS, LA HUMANIDAD HA SIDO
INVESTIDA DE LA DIGNIDAD MISMA DE DIOS. Hoy algo de nosotros ya está en el
cielo, y algo de cielo ya tenemos en la tierra.
Esta Fiesta está llena
de contrastes, que nos enseñan: 1º.- El que hoy sube a los cielos, es el mismo
que descendió a los infiernos. Bajó hasta las simas más profundas de la
experiencia humana; seno de una mujer, pesebre en Belén, persecución, huida a
Egipto, taller, mas de pecadores en el Jordán, hasta la pasión espantosa y la
muerte injusta.
Ahora se eleva y eleva
consigo al hombre todo, a la dignidad más alta y a la verdadera plenitud, a la
misma participación de la divinidad. Esto es lo grande. Nos enseña que a la
plenitud, y esta es posible, se llega por el vaciamiento, a la exaltación por
la humillación, a la Pascua por la cruz.
2º.- Si Cristo se marcha, ¿cómo es ahora su presencia entre nosotros? La
nube se los arrebata de sus ojos, pero el Espíritu que el Señor Glorificado
envía a los suyos, les va a dotar de unos nuevos ojos, los ojos de la fe, para
descubrir su presencia múltiple entre los hombres. Se pierde su presencia
corporal, pero se multiplican otras presencias espirituales, no menos reales.
Todo se llena de su
presencia y empieza la era de los Sacramentos. Así sentimos que se marchara,
pero nos conviene que se haya ido, porque desde el cielo nos abra los veneros
de la divinidad, y porque Él está siempre con nosotros de manera eficaz...
Por ello, es
tiempo de alegría: “Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría”.
3º.- Remata Cristo su obra, pero a la vez comienza la nuestra, que es
también la de Cristo. Desaparece Cristo y se multiplican los “cristos”. Se
apaga el Cirio Pascual y se encienden millones de luces en los corazones. Jesús
inició una tarea, lo nuestro es continuarla; prestar a Cristo nuestro cuerpo,
nuestra persona, para ser testigos de Jesús, para ser Cristos.
NUESTRAS ASCENSIONES
El fin de la carrera de
Cristo es el comienzo de la nuestra. Desde Cristo la humanidad se eleva sobre
sí misma. Desde Cristo, se nos enseñan donde están los verdaderos valores:
-Que vale más el perdón que la venganza.
-Que es mejor dar que
recibir. Los últimos, primeros.
-Que el que pierda, gana. Que la muerte está vencida.
-Que lo más importante en la vida es amar.
Estos principios han
dado origen a radicales ascensiones de la humanidad; y nuestras aspiraciones
más hondas ya encuentran satisfacción. La Ascensión es la respuesta al sentido
último de la existencia del ser humano.
La Ascensión no es el
opio, sino la espuela, es oxígeno que te eleva. Pues, al contemplar a Cristo,
nos sólo se elevan nuestros corazones con el deseo de participar de su Gloría,
sino que nos animamos a elevar a cuántos se hallan hundidos en fosas de muerte.
Demos, pues, las manos.
Luchemos contra la vida descendente, la que esclaviza al hombre; luchemos
contra la desesperanza, la tristeza, el consumismo, el materialismo. Demos la
mano a cuántos deseen ascender. Ayudemos a los caídos a ponerse en pie y que levanten
sus ojos y sus corazones a Dios
Celebremos
la Eucaristía, que nos hace vivir elevados, pero metidos bien en la tierra.
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