Queridos hermanos: Nos acercamos a la Semana Santa, a
la Semana Grande de los cristianos para CELEBRAR LA PASCUA DE NTRO. SR.
JESUCRISTO., su paso de la muerte a la vida y con Él todos nosotros.
Pero aún esta semana seguimos
haciendo nuestras las palabras del Maestro: “El que quiera ser discípulo mío
que cargue con su cruz y me siga”; “el que quiera ganar la vida que la pierda”. Así pues, seguimos al Señor, somos
cristianos, y vamos con Él a dar muerte al Príncipe de este mundo, a Satanás,
al pecado... para vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Renovemos
y actualicemos nuestro bautismo; pongamos a punto nuestra vida cristiana…En un mundo lleno de violencias y de odios, cansados por el egoísmo y la soberbia humana... La Palabra de Dios proclamada, sobre todo, el Evangelio es una bocanada de aire fresco, un mensaje nuevo y lleno de esperanza, de gozo y de vida para todos: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?” En medio del desierto y la soledad, el Señor abrirá un camino, ríos en el yermo, para que avance, beba su pueblo y tenga vida. El salmo evoca esta misma vida renovada: no es un sueño, es una realidad. Los llantos y las lágrimas se han convertido en alegría, gritos y risas. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.
Y la realización
de su grandeza se plasma tanto en el Evangelio proclamado como en la imagen
impresionante de Jesús muriendo por nuestros pecados: “Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen”. Es el mensaje del perdón, de la comprensión,
de la misericordia infinita de Dios para la humanidad pecadora, representada en
la mujer adultera. Es la imagen de Jesús que nos responde a la pregunta de qué
es el perdón, la misericordia y el
verdadero amor.
No sólo un abrazo o
una mano que se te tiende. Es, sobre todo, un don de Dios que se recibe de Él y
de los hermanos. Perdón, misericordia, amor que todos necesitamos, pues todos
estamos manchados, somos imperfectos y limitados. Y esta es la novedad y la
grandeza que trae Cristo: El perdón y la misericordia.
“Tampoco yo te
condeno. En adelante no peques más”. Escandalosa carga de amor. Jesús
“sereno, recogido, pensativo” entra en la situación histórica y concreta de la
mujer, y da una sentencia definitiva y válida para todo el género humano: Nunca
ni nadie puede condenar, porque todos somos pecadores...
Y ¿Tú, Señor? El
justo, el inocente, ¿cuál es tu postura? Yo no condeno... yo no he venido a
condenar. Y sigue...
¡Pobrecilla!
Tiene un fardo tremendo sobre ti, ponlo sobre mis espaldas. Yo pagaré por él y
por todo. Una persona vale más...
Así fue y así es. Cristo se hace presente, se hace débil... Así está con nosotros, así nos ayuda por su solidaridad radical con nuestra condición humana. Dios escoge no el camino fácil del triunfo, sino el duro, el áspero (verdadero) del fracaso aparente, del dolor y la muerte. Cristo es Dios sufriente que ha asumido el abandono del hombre, su incomprensión, su injusticia.
Aquella mujer ha pasado
de la muerte a la vida. Gracias al perdón y a la misericordia de Jesús, la
mujer adúltera ha pasado de ser condenada a ser salvada. Buena imagen, pues,
del paso de muerte a vida que todos estamos llamados a vivir siguiendo los
pasos de Jesús. Y el perdón lleva al cambio, a la conversión: “¿Ninguno te
ha condenado? Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
Permanecer en mi amor… Concretar.
Hoy también celebramos
el Día del Seminario, que al coincidir con el Año de la fe, se nos señala como
lema: “SÉ DE QUIÉN ME HE FIADO”. Sí, hermanos, el sacerdote es el hombre
elegido y enviado por Dios que se ha fiado plenamente de Dios y ha puesto su
vida y su misión en las manos de Dios, como lo hizo Nuestro Señor Jesucristo,
Buen Pastor y Único Sacerdote. El sacerdote es un testigo privilegiado del amor
de Dios, pues él es el primer receptor del mismo, cuando Dios ha pensado en él,
llamándole al ministerio sacerdotal. Por su ministerio pasa la misericordia de
Dios a través de la predicación, de modo eminente en la presidencia de la
celebración de la Eucaristía y del Sacramento de la reconciliación.
Referencia a San Pablo:
“Todo lo estimo basura, con tal de ganar a Cristo”... Nada ni nadie nos
podrá separar de su amor... El mayor de los tesoros..
Maria, su Madre y
nuestra Madre es corredentora. La Virgen María, unida en todo a su Hijo Jesús,
sentirá la espada del dolor a lo largo de toda su vida en forma de angustia,
destierro, persecución, incomprensión, pérdida de su Hijo, soledad... Como
Madre de los pecadores, que nos acerque a Jesús, y Él nos dará la vida…
Cada Eucaristía es una
Pascua concentrada: Cristo mismo ha querido hacernos participes de la fuerza
salvadora de su entrega en la cruz, haciéndose alimento para nuestro camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario