Queridos hermanos: Hoy celebramos
con gran esplendor y esperanza la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la
Virgen María, nuestra Madre.
Celebrar la fiesta de la Inmaculada es empezar a soñar. Esta fiesta
despierta en nosotros los sentimientos más hermosos y los deseos más grandes.
Son posibles los sueños. Ya toda esperanza es posible.
Y
es que la fiesta de la Inmaculada Concepción es la utopía humana realizada.
Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que el hombre pueda
acercarse a Dios Y Dios al hombre; un mundo de comunión entre los hombres y de
armonía con la naturaleza; un mundo en que el hombre sea liberado de todas sus
esclavitudes. Y ese mundo ya se da es María Inmaculada
María es también el sueño florecido de Dios. En ella empiezan a
realizarse los designios salvadores de Dios sobre el hombre. Habían empezado
con Adán y Eva; pero culminarían con María y Jesús.
Qué camino más largo y difícil. Ahí están los pecados de los hombres,
poniéndole obstáculos, desde el principio, a este sueño de Dios: el orgullo, la
injusticia, el egoísmo, y la violencia, las lágrimas y la sangre...
¡Cuántos años para llegar a la libertad y a la armonía, a la perfección! Pues ya podemos avanzar una
respuesta: María. A nivel personal, ella
es lo perfecto. Y su Hijo Jesucristo, la plenitud. A nivel comunitario, esta
perfección se va preparando en la Iglesia, significada en María, el Cristo
prolongado, su Cuerpo místico...
Pero hermanos, ¡cuidado! Hay un camino equivocado. En el Paraíso se
presenta la manzana como camino real para llegar al triunfo, a la gloría. La
manzana es lo agradable, lo grande, lo fuerte, lo divino. La manzana, como la
Torre de Babel, es el camino para llegar hasta Dios, (para ser Dios), hasta el
endiosamiento del hombre: “seréis como Dios”.
Es la eterna tentación del hombre: - La manzana del poder: Fijaos en la
competitividad que respiramos, en la soberbia que padecemos, en el orgullo que
nos ciega. – La manzana del tener: Las
cosas que deseamos, las riquezas que buscamos, la abundancia con que soñamos. – La manzana dl placer: Es
hoy la llave de la felicidad. Todos los sentidos estimulados exigen grandes
raciones, rápidas y que no acaben.
Es
la manzana seductora, nuestro mundo transformado en una poderosa máquina de
seducir. Nos muestra el camino de la felicidad, ofreciendo manzanas
placenteras. Cómelas. Es tu vida.
Pero esa vida, ese estilo de vida se paga con la muerte. No hay
trascendencia, sino degradación. No hay libertad, sino esclavitud. No hay
plenitud, sino vacío. No hay paraíso, sino destierro. No era ese el camino de
la dicha, al revés ¡cuánta desesperación y cuántas lágrimas! No era ese el
camino para la divinización sino para la animalización. El poder, el tener, el
placer corrompe y embrutece; son caminos engañosos.
MARÍA ES LA RESPUESTA.
María es el camino acertado, la
perfección lograda. María nos enseña que
estamos hechos para la felicidad, pero la felicidad se consigue con más
libertad, con más sensibilidad, con más amistad, con más amor... María nos
enseña que estamos hechos para amar, que es amando como somos dichosos, que
dando, se gana, que sirviendo se eleva, que olvidándose uno, se encuentra.
Esta figura única y excepcional de María no debe alejárnosla de nuestra
humanidad; más bien se convierte para nosotros en el MODELO de primera
cristiana, que nos enseña a acoger a
Cristo en su venida a nuestra vida. San Agustín dice que María, antes de
concebir a Cristo en su vientre, lo concibió en su mente, en su corazón,
acogiendo a Dios y a su Palabra, llena de fe.
Así también nosotros en estos días de adviento debemos hacer nuestras las actitudes de María:
Silencio interior, lectura y escucha de la Palabra de Dios, ratos largos de
oración reposada... También limpieza y conversión de corazón, disponibilidad y
prontitud en el servicio a los hermanos, fidelidad a la propia vocación,
confianza en momentos de prueba...
Celebremos hoy Solemnemente la Eucaristía,
que sea hoy una acción de gracias gozosa a Dios por lo que ha hecho en María y
por lo que hace y quiere hacer en nosotros. Proclamemos, pues, nuestra alabanza
y nuestra bendición a Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
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