SOLEMNIDAD DE CRISTO, REY DEL UNIVERSO
1.- Celebramos la
Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Esta Fiesta es la última mirada a
Jesucristo, al final del año litúrgico, que supone para todos nosotros una
profesión de fe: Él es nuestro único punto de referencia, lo único realmente
definitivo que tenemos.
Hoy es un día para
mirar personalmente a Jesucristo y decirnos que, sin Él, nuestra vida estaría
sumida en las tinieblas, con el futuro cerrado. Él ha abierto un camino de vida
y nos invita a caminar por él, hasta la plenitud de Dios.
Hoy es un día, a
la vez, para repetirnos, seriamente, que queremos seguir su camino, el camino
del amor total, del vaciamiento, de la oposición a todo tipo de opresión; el
camino que exige la ofrenda de la propia vida.
Finalmente, hoy es
un día para agradecer todo lo que Él ha significado y sigue significando para todos y cada uno de nosotros.
2.- LA
CONTRADICCIÓN DE LA CRUZ.
Llama la atención
en las lecturas de la Palabra de Dios, una gran contradicción: Este Jesús,
único camino, nuestro Rey, que pasó haciendo el bien..., es alguien que ha
muerto ignominiosamente, impresentablemente, en la cruz. Y el colmo es cuando
el propio Jesús dice ante Pilato que El es Rey: Él, un detenido y torturado,
que no tiene ninguna perspectiva de éxito.
Jesús mismo lo
explica, cuando dice que su realeza no es de este mundo. No quiere decir que
haya venido para desentenderse de este mundo, no, miremos a su vida… El ha
venido para ser testigo de la verdad, Él es la verdad, su vida entera es la
verdad, la manifestación del amor del Padre. Ha caminado al lado de los
hombres, en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Se ha dedicado a hacer
el bien a manos llenas. Ha derramado ternura y misericordia por doquier, ha
venido a servir y no a ser servido. Esta es la verdad que ha hecho de su vida.
Y al final, para que
recordáramos y tuviéramos presente su amor por nosotros, se ha dejado clavar en
la cruz y se ha ofrecido como cordero inmaculado por los pecados del mundo. Así
hemos sido purificados de nuestros pecados por su Sangre y ha expulsado al
Príncipe de este mundo para atraer hacia sí a todos los que lo aceptan.
3.- NUESTROS OJOS SE
VUELVEN HACIA EL SEÑOR.
Por eso nuestros
ojos, una y otra ves, se vuelven hacia el Señor, nuestro Rey de humilde
corazón, al que contemplamos en el misterio de su muerte. A su vez, Él nos
alegra y nos llena de paz en el misterio de su Resurrección.
“Él es el que era
y el que viene, el Todopoderoso” (Ap. 1, 10) “Mirad: Él viene en las nubes”
(Ap. 1, 7) Él viene cada Domingo y cada día en el sacramento de su cuerpo
entregado y de su Sangre derramada, dispuesto a salvar, incluso, a los que lo
crucificaron. Él por su Sangre nos ha purificado y nos ha convertido en un
Reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre (Ap. 1, 6)
Por eso
acudimos a su encuentro y celebramos la Eucaristía, lo acogemos en nuestro
corazón y lo adoramos como Rey de nuestra vida.
Señor Jesucristo,
entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación, llénanos de
tu Espíritu Santo y ayúdanos a extender tu Reino. A ti la gloria y el poder por
los siglos de los siglos. Amén.
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