Queridos hermanos, hay días que la
Palabra de Dios nos invita a vivir actitudes muy sencillas, pero profundas… Hoy
es un día de esos.
1.- UNA MUJER POBRE,
VIUDA Y GENEROSA. El
episodio de la primera lectura es delicioso: ante la sequia que azotaba a
Israel y que afecta también al Profeta Elías, el hombre de Dios, la persona que
le ayuda es precisamente la viuda de Sarepta, cerca de Sidón (Líbano).
Extranjera y pobre. Es admirable la fe de esta mujer, que se fía de Dios y pone
lo poco que tiene a disposición de su profeta. Más tarde la alabará Jesús en
Lc.4, 26. “Muchas viudas había en Israel en tiempos de Elías…”, provocando las
iras de sus paisanos. Y Dios la premia: Pues “ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de
aceite se agotó”. Se cumplió lo que hemos proclamado en el Salmo: “El Señor
mantiene su fidelidad… sustenta al huérfano y a la viuda”.
2.- LA VIUDA QUE
APORTÓ DOS REALES: TODO LO QUE TENÍA. El episodio anterior del Antiguo
Testamento nos ha introducido en la escena del Evangelio, que el mismo Jesús
presenció en el pórtico del templo de Jerusalén: La pobre viuda que echa en el
cepillo dos reales para el mantenimiento del culto a Dios. Una cantidad
pequeña, pero muy grande para ella.
Jesús denuncia el contraste de la
ostentación de los que se creen importantes, que todo lo hacen para ser vistos,
y la sencilla humildad de la viuda. Comparación que no debió gustar nada a sus
oyentes, pues además de orgullosos (buscar los primeros puestos…), eran avaros
que “devoraban los bienes de las viudas”.
Poco se imaginaría aquella mujer de
que quien la estaba observando era ni más ni menos que el Mesías, el Hijo de
Dios, que le estaba alabando…
Los hombres no la aplaudieron. Pero
Dios sí. Jesús dijo en el Sermón de la Montaña: “El Señor que ve en lo escondido,
te lo recompensará”. Los que han recibido diez talentos, pueden dar más. Los
que sólo uno, menos. Pero Dios lo ve todo, ve el corazón y la generosidad que
encierra
3.- ¿DONDE QUEDAMOS RETRATADOS NOSOTROS?
Esta Palabra nos interpela en varias direcciones:
a) Ante todo, respecto a nuestra confianza
en Dios. Las dos viudas no se angustian demasiado por el futuro: Confiaban en
Dios, estaban en sus manos. Tal vez no supieran aquel salmo que afirma que la verdadera
riqueza no esta en el dinero: “El Señor ha puesto en mi corazón más alegría que
si abundar en trigo y en vino”, pero lo habían asimilado. La alegría y la paz
interior es de los que no se fían de sí mismos, sino de Dios, pues “el Señor
endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos”.
b) Las dos mujeres
nos dan una lección de generosidad. No dudan en compartir lo poco que tienen.
Nosotros, ¿tenemos buen corazón?, ¿somos de las personas que lo que tienen lo
ponen a disposición de Dios y de los demás, y además lo hacen sin darse
importancia, ni pasar factura? O cuando vemos a otros en apuros, no sólo
económicos, sino también humanos o anímicos, ¿nos sale espontaneo ayudarles,
renunciar a algo nuestro, por ejemplo al tiempo. Para atenderles o interesarnos
por ellos, como el buen samaritano?, o ¿pasamos de largo como si no viésemos?
c) Teniendo en cuenta
que ambas mujeres ayudaron, una a un profeta, la otra al culto del Templo de
Dios, también hay que resaltar hoy a todas aquellas personas que con sus
bienes, con su tiempo y con sus cualidades, puestas al servicio de la comunidad
cristiana, la Iglesia de Cristo, le ayudan a realizar mejor su misión, a que
las celebraciones de culto a Dios estén mejor preparadas… a que nuestro
patrimonio religioso (templos,
dependencias…) se conservan dignos.
La Eucaristía es la actualización y
la prolongación de Cristo, que salva con el sacrificio de si mismo. Sacrificio,
ofrenda también nuestra a Dios en servicio a los hermanos. Ambas ofrendas nos
salvan y salvan al mundo.
¡CELEBREMOSLAS!
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