Queridos hermanos.
Con los cristianos de nuestra Comunidad parroquial, hemos sido convocados por Jesús, nuestro Maestro y Señor, como un día tomó consigo a sus discípulos predilectos y se los llevó aparte a una montaña alta para transfigurarse delante de ellos. Y siguiendo a Jesucristo, continuamos el camino cuaresmal que iniciamos el pasado Domingo.
La Cuaresma es un camino hermoso, no fácil que nos pide esfuerzo. Porque se trata de renovar nuestra vida cristiana de cada día, de verdad, con sinceridad. De renovarla con fe, con esperanza en el amor de Dios presente en nosotros. Por eso, hoy intentamos descubrir en las lecturas de la Palabra de Dios proclamadas, qué ayudas, qué caminos de renovación Dios nos ofrecen.
1º.- Recordemos lo que Dios nos propuso el Domingo pasado ya que está en la base de las enseñanzas de hoy. Vimos que: - Dios apostaba por la vida de los hombres. “Ya no habrá más diluvios”, pactaba con Noé. Revelándose Dios como el gran amigo de la vida.
- Pero también nos indicaba que para tener vida hay que determinarse como Jesús a luchar contra los falsos dioses, ídolos, que nos esclavizan (Poder, tener...); y a luchar a favor de la vida con el amor de Dios.
2º.- Hoy se profundiza en la determinación hacía Dios, opción que ha de hacer toda persona. ¿Cómo ha de ser? Y se nos proponen dos modelos. ¿Qué nos pide Dios?:
A) ABRAHAN. En él resalta su fidelidad. “Aquí me tienes”, le dice a Dios . Contemplamos un ejemplo de dolor, pero de vida. El camino de Abrahán está hecho de fe; la fe de este hombre fue ya antes sometida a prueba: Marcha de su tierra y de sus posesiones, el abandono de su religión... Y ahora en el momento más duro de su vida se le exige a su único hijo. Abrahán no expresa quejas, ni nerviosismo, sino que dice a Dios simplemente: “Aquí me tienes”. Sin embargo, este camino duro, difícil y de pruebas se ilumina: Su alegría al final como premio de toda su abnegación; Dios se vuelca sobre él con toda clase de bendiciones.
B) En el camino de Jesús la muerte y la resurrección se dan también inseparables. La misión de Jesús se hace difícil, dolorosa, pasa por la cruz, dejando los atajos del poder, de la violencia. Jesús se somete solidariamente con los hombres, al poder del hombre que tantas veces es el poder del mal y del pecado. Jesús sigue adelante, a pesar de la prueba. Nada de pensar que las cosas no tiene remedio, y pensar que el hombre está atado al poder del mal.
La gloría y el esplendor de la Transfiguración quieren anunciar el otro aspecto inseparable de su fidelidad a Dios, la Resurrección de Cristo. Por ello, la Transfiguración quiere ser una ayuda que Jesús hace a los suyos, para decirnos. No todo es duda y oscuridad, ni prueba en el camino de Cristo, del cristiano. Hay una gran luz, al ver que su fidelidad, su entrega..., termina, lleva consigo el triunfo, la gloría, la vida, la Resurrección.
C) Así se ha cumplido y así nos lo presenta realizado San Pablo: Dios nos entregó a su Hijo que resucitó y está a su derecha. De ahí la razón por la que nuestra fe ha de ser firme: Dios está con nosotros. Cristo lo ha conseguido para todos. No tengamos miedo; Él nos ha dado la liberación y nosotros hemos de sacrificar (orientar) nuestra vida por hacer realidad es liberación
D) Aplicación. Los discípulos en el monte Tabor se escandalizaban y discutían; no entendían aquello de resucitar de entre los muertos. También nos ocurre a nosotros. No comprendemos que para llegar a la vida..., hay que entregarla:
- O nos quedamos en el deslumbramiento del Tabor, olvidando la pasión, la entrega, el amor.
- O nos quedamos en la pasión ensimismados, considerando la Resurrección... como algo al margen de la vida.
En el primer caso, nos ocurre que, a nivel personal, familiar, de pueblo, o de sociedad, hechos concretos denuncian nuestra actitud: Queremos triunfar siempre, sin pasar por la entrega, el sacrificio... Queremos ver resultados... sin hacer para que sean posibles. En el segundo caso, decimos ¿para qué luchar? Es preferible seguir penando, tirando. No se puede hacer nada; y desconfiamos.
La actitud ideal del cristiano es aceptar el sufrimiento, la fidelidad, el amor, la entrega, la muerte... como paso a la vida, a la alegría, a la glorificación. Que son nuestras metas. Desde esa perspectiva, se clarifica y tiene sentido el dolor, físico, moral... luchar en la vida y por la vida.
Cada Eucaristía es la afirmación de esta gran verdad. Pasamos con Cristo de la muerte a la vida
Con los cristianos de nuestra Comunidad parroquial, hemos sido convocados por Jesús, nuestro Maestro y Señor, como un día tomó consigo a sus discípulos predilectos y se los llevó aparte a una montaña alta para transfigurarse delante de ellos. Y siguiendo a Jesucristo, continuamos el camino cuaresmal que iniciamos el pasado Domingo.
La Cuaresma es un camino hermoso, no fácil que nos pide esfuerzo. Porque se trata de renovar nuestra vida cristiana de cada día, de verdad, con sinceridad. De renovarla con fe, con esperanza en el amor de Dios presente en nosotros. Por eso, hoy intentamos descubrir en las lecturas de la Palabra de Dios proclamadas, qué ayudas, qué caminos de renovación Dios nos ofrecen.
1º.- Recordemos lo que Dios nos propuso el Domingo pasado ya que está en la base de las enseñanzas de hoy. Vimos que: - Dios apostaba por la vida de los hombres. “Ya no habrá más diluvios”, pactaba con Noé. Revelándose Dios como el gran amigo de la vida.
- Pero también nos indicaba que para tener vida hay que determinarse como Jesús a luchar contra los falsos dioses, ídolos, que nos esclavizan (Poder, tener...); y a luchar a favor de la vida con el amor de Dios.
2º.- Hoy se profundiza en la determinación hacía Dios, opción que ha de hacer toda persona. ¿Cómo ha de ser? Y se nos proponen dos modelos. ¿Qué nos pide Dios?:
A) ABRAHAN. En él resalta su fidelidad. “Aquí me tienes”, le dice a Dios . Contemplamos un ejemplo de dolor, pero de vida. El camino de Abrahán está hecho de fe; la fe de este hombre fue ya antes sometida a prueba: Marcha de su tierra y de sus posesiones, el abandono de su religión... Y ahora en el momento más duro de su vida se le exige a su único hijo. Abrahán no expresa quejas, ni nerviosismo, sino que dice a Dios simplemente: “Aquí me tienes”. Sin embargo, este camino duro, difícil y de pruebas se ilumina: Su alegría al final como premio de toda su abnegación; Dios se vuelca sobre él con toda clase de bendiciones.
B) En el camino de Jesús la muerte y la resurrección se dan también inseparables. La misión de Jesús se hace difícil, dolorosa, pasa por la cruz, dejando los atajos del poder, de la violencia. Jesús se somete solidariamente con los hombres, al poder del hombre que tantas veces es el poder del mal y del pecado. Jesús sigue adelante, a pesar de la prueba. Nada de pensar que las cosas no tiene remedio, y pensar que el hombre está atado al poder del mal.
La gloría y el esplendor de la Transfiguración quieren anunciar el otro aspecto inseparable de su fidelidad a Dios, la Resurrección de Cristo. Por ello, la Transfiguración quiere ser una ayuda que Jesús hace a los suyos, para decirnos. No todo es duda y oscuridad, ni prueba en el camino de Cristo, del cristiano. Hay una gran luz, al ver que su fidelidad, su entrega..., termina, lleva consigo el triunfo, la gloría, la vida, la Resurrección.
C) Así se ha cumplido y así nos lo presenta realizado San Pablo: Dios nos entregó a su Hijo que resucitó y está a su derecha. De ahí la razón por la que nuestra fe ha de ser firme: Dios está con nosotros. Cristo lo ha conseguido para todos. No tengamos miedo; Él nos ha dado la liberación y nosotros hemos de sacrificar (orientar) nuestra vida por hacer realidad es liberación
D) Aplicación. Los discípulos en el monte Tabor se escandalizaban y discutían; no entendían aquello de resucitar de entre los muertos. También nos ocurre a nosotros. No comprendemos que para llegar a la vida..., hay que entregarla:
- O nos quedamos en el deslumbramiento del Tabor, olvidando la pasión, la entrega, el amor.
- O nos quedamos en la pasión ensimismados, considerando la Resurrección... como algo al margen de la vida.
En el primer caso, nos ocurre que, a nivel personal, familiar, de pueblo, o de sociedad, hechos concretos denuncian nuestra actitud: Queremos triunfar siempre, sin pasar por la entrega, el sacrificio... Queremos ver resultados... sin hacer para que sean posibles. En el segundo caso, decimos ¿para qué luchar? Es preferible seguir penando, tirando. No se puede hacer nada; y desconfiamos.
La actitud ideal del cristiano es aceptar el sufrimiento, la fidelidad, el amor, la entrega, la muerte... como paso a la vida, a la alegría, a la glorificación. Que son nuestras metas. Desde esa perspectiva, se clarifica y tiene sentido el dolor, físico, moral... luchar en la vida y por la vida.
Cada Eucaristía es la afirmación de esta gran verdad. Pasamos con Cristo de la muerte a la vida
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