Queridos hermanos: Estamos en el tercer Domingo de Cuaresma, tiempo de gracia de Dios y de renovación de nuestra vida cristiana. Seria bueno preguntarnos hoy, cómo marcha nuestra conversión al Señor y nuestra vida de amor a los hermanos…
En estos tres Domingos próximos la Palabra de Dios nos urge a vivir más y mejor nuestro seguimiento de Cristo con tres sendas catequesis en los tres Evangelios. Veamos la catequesis de este Domingo.
Todas las personas necesitamos signos visibles para creer Así ocurría también en tiempo de Jesucristo. El templo era el signo visible por excelencia de la presencia de Dios en medio de su pueblo. En lo más alto del monte, Salomón construyó el templo para depositar las tablas de la Ley (Los diez Mandamientos) que Dios había dado a su pueblo en el Sinaí. Dios no se olvida de su pueblo, siempre está en medio de él recordándole su Alianza de amor: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”.
Sin embargo, el templo había dejado de ser signo de la presencia de Dios. Cuando Jesús entra al templo y lo encuentra lleno de cambistas y vendedores no puede aguantarse. El templo ha sido violado y la presencia de Dios olvidada. Han convertido en cueva de ladrones lo que era un lugar sagrado de encuentro con Dios.
Y es en ese preciso momento cuando Jesús se presenta como el nuevo y único templo de Dios porque en el reside la divinidad; es el Dios hecho hombre, que anuncia su muerte y resurrección ante los ojos atónitos de los que le oían. En tres días quedaría todo derruido y en tres días se reconstruiría. Después de su resurrección, nos dará su Espíritu, que nos hará también a los hombres templos de Dios. En adelante a Dios no se rendirá culto en
lugar alguno, sino en Espíritu y verdad , con la vida. Es un culto bien distinto, porque su presencia en medio del mundo va a ser distinta.
A partir de Jesucristo, muerto y resucitado, todos los hombres son signos de la presencia de Dios, hechos por sus manos a su imagen, salvados por su amor, dignificados por su redención. Los hombres son el verdadero templo de Dios. Somos templos de Dios porque en nosotros mora él. Hemos sido consagrados en el bautismo como templo santo suyo. El cuerpo es el verdadero vehículo del amor y por eso es residencia de Dios.
Hemos de cuidar nuestro cuerpo no por simple egoísmo, sino porque con él servimos a los demás y nos encontramos con los hermanos...
Estos días queremos renovar nuestra alianza con Dios, nuestras relaciones con Él y con los hermanos. Jesús nos recuerda nuestras posibles profanaciones, debidas al egoísmo, a la injusticia, a la explotación... ¿Cuantos templos rotos, destruidos, privados de dignidad? Debido al vicio, al hedonismo y al consumismo, que provocan y llegan a todo tipo de degradación y de violencia (aborto).
Ante semejantes y aún más pequeñas profanaciones, nos debe doler el alma, debemos rebelarnos y comprometernos a luchar y a cambiar: Empezando por nosotros, nuestra familia y sociedad. Si nuestro corazón no es de piedra, o no nos hemos instalado en la comodidad, en el conformismo, o que en el fondo no creemos en el Dios de Ntro. Señor Jesucristo
El Señor nos pide valentía, para darle el culto que Él desea. ¿Qué culto es mejor, embellecer las Iglesias... o dignificar las personas? Ya los Santos Padres de la Iglesia hablaban de que “la Iglesia no es un museo de oro y plata... Decían: “¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena de vasos de oro, si Él se consume de hambre?”
Y el Papa Juan Pablo II decía que en ciertos casos de necesidad “es obligatorio enajenar adornos superfluos de los templos y objetos preciosos del culto divino”
Nos falta generosidad, valentía, y tal vez lucidez. Hoy también Jesús empuñaría más de una vez el látigo para defender a los hijos del Padre tan profanados por... egoísmos, intereses, falta
de atención... Nos falta la Ley nueva de Jesús que nos libra del yugo insoportable de la ley antigua. Efectivamente Cristo nos ha
liberado de todo lo pasado, del hombre viejo... con su mandamiento nuevo del amor “Amaos unos a otros como yo os he amado”, que
más que una ley es una gracia, un don.
- Una gracia, pues nada hay más gratificante como el amor. El nos pide que nos amemos y nos capacita para que nos amemos, dándonos su Espíritu, que es amor.
- ¿Un yugo? Pues nada hay más exigente como el amor. Tienes que olvidarte siempre de ti mismo y vivir para los demás. Pero ya se sabe que “el alma que anda en el amor, ni cansa, ni se cansa”.
Una libertad: Ya nada no está “prohibido”, ni “mandado”. “Ama y haz lo que quieras, decía San Agustín, con tal que ames, porque todas las exigencias se concentran en el amor.
Cristo, nuestra Alianza, su Eucaristía, su Sacrificio, su Amor hoy nos revitaliza y nos compromete.
En estos tres Domingos próximos la Palabra de Dios nos urge a vivir más y mejor nuestro seguimiento de Cristo con tres sendas catequesis en los tres Evangelios. Veamos la catequesis de este Domingo.
Todas las personas necesitamos signos visibles para creer Así ocurría también en tiempo de Jesucristo. El templo era el signo visible por excelencia de la presencia de Dios en medio de su pueblo. En lo más alto del monte, Salomón construyó el templo para depositar las tablas de la Ley (Los diez Mandamientos) que Dios había dado a su pueblo en el Sinaí. Dios no se olvida de su pueblo, siempre está en medio de él recordándole su Alianza de amor: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”.
Sin embargo, el templo había dejado de ser signo de la presencia de Dios. Cuando Jesús entra al templo y lo encuentra lleno de cambistas y vendedores no puede aguantarse. El templo ha sido violado y la presencia de Dios olvidada. Han convertido en cueva de ladrones lo que era un lugar sagrado de encuentro con Dios.
Y es en ese preciso momento cuando Jesús se presenta como el nuevo y único templo de Dios porque en el reside la divinidad; es el Dios hecho hombre, que anuncia su muerte y resurrección ante los ojos atónitos de los que le oían. En tres días quedaría todo derruido y en tres días se reconstruiría. Después de su resurrección, nos dará su Espíritu, que nos hará también a los hombres templos de Dios. En adelante a Dios no se rendirá culto en
lugar alguno, sino en Espíritu y verdad , con la vida. Es un culto bien distinto, porque su presencia en medio del mundo va a ser distinta.
A partir de Jesucristo, muerto y resucitado, todos los hombres son signos de la presencia de Dios, hechos por sus manos a su imagen, salvados por su amor, dignificados por su redención. Los hombres son el verdadero templo de Dios. Somos templos de Dios porque en nosotros mora él. Hemos sido consagrados en el bautismo como templo santo suyo. El cuerpo es el verdadero vehículo del amor y por eso es residencia de Dios.
Hemos de cuidar nuestro cuerpo no por simple egoísmo, sino porque con él servimos a los demás y nos encontramos con los hermanos...
Estos días queremos renovar nuestra alianza con Dios, nuestras relaciones con Él y con los hermanos. Jesús nos recuerda nuestras posibles profanaciones, debidas al egoísmo, a la injusticia, a la explotación... ¿Cuantos templos rotos, destruidos, privados de dignidad? Debido al vicio, al hedonismo y al consumismo, que provocan y llegan a todo tipo de degradación y de violencia (aborto).
Ante semejantes y aún más pequeñas profanaciones, nos debe doler el alma, debemos rebelarnos y comprometernos a luchar y a cambiar: Empezando por nosotros, nuestra familia y sociedad. Si nuestro corazón no es de piedra, o no nos hemos instalado en la comodidad, en el conformismo, o que en el fondo no creemos en el Dios de Ntro. Señor Jesucristo
El Señor nos pide valentía, para darle el culto que Él desea. ¿Qué culto es mejor, embellecer las Iglesias... o dignificar las personas? Ya los Santos Padres de la Iglesia hablaban de que “la Iglesia no es un museo de oro y plata... Decían: “¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena de vasos de oro, si Él se consume de hambre?”
Y el Papa Juan Pablo II decía que en ciertos casos de necesidad “es obligatorio enajenar adornos superfluos de los templos y objetos preciosos del culto divino”
Nos falta generosidad, valentía, y tal vez lucidez. Hoy también Jesús empuñaría más de una vez el látigo para defender a los hijos del Padre tan profanados por... egoísmos, intereses, falta
de atención... Nos falta la Ley nueva de Jesús que nos libra del yugo insoportable de la ley antigua. Efectivamente Cristo nos ha
liberado de todo lo pasado, del hombre viejo... con su mandamiento nuevo del amor “Amaos unos a otros como yo os he amado”, que
más que una ley es una gracia, un don.
- Una gracia, pues nada hay más gratificante como el amor. El nos pide que nos amemos y nos capacita para que nos amemos, dándonos su Espíritu, que es amor.
- ¿Un yugo? Pues nada hay más exigente como el amor. Tienes que olvidarte siempre de ti mismo y vivir para los demás. Pero ya se sabe que “el alma que anda en el amor, ni cansa, ni se cansa”.
Una libertad: Ya nada no está “prohibido”, ni “mandado”. “Ama y haz lo que quieras, decía San Agustín, con tal que ames, porque todas las exigencias se concentran en el amor.
Cristo, nuestra Alianza, su Eucaristía, su Sacrificio, su Amor hoy nos revitaliza y nos compromete.
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