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domingo, 29 de enero de 2012

D. MANUEL, JESÚS ENSEÑABA CON AUTORIDAD

El Salmo de este Domingo se convierte en súplica divina dirigida a todos: ¡No endurezcáis vuestro corazón! A veces creemos que nuestra vida de fe depende sólo de nuestra razón. Y eso es verdad sólo en parte, pues creer es fiarse de alguien y se fía uno de quien da razones para ello. Pero no sólo se trata de razones. Se necesita también corazón.

En la fe también entra en juego el corazón: no sólo hace falta tener razones para creer sino que es necesario “querer creer”. Se necesitan “motivaciones para ser creyente”. La mejor motivación es conocer a Aquel en Quién creemos.

El Evangelio de hoy lo expresa con una frase clara: “Jesús enseñaba con autoridad” . Y la autoridad de Jesús no es la dureza o la energía en las dotes de mando. La autoridad de Jesús es más parecida a la autoridad materna o paterna, que se impone por la calidad de la persona que nos manda o nos enseña desde el amor: “lo ha dicho mi padre, me lo ha enseñado mi madre”. La Buena Noticia del Evangelio, refrendada con obras y palabras, con signos y milagros... revestían las enseñanzas de Jesús de “autoridad”: “lo ha dicho el Maestro...”. La Palabra de Jesús seducía y sus gestos y milagros convencían.

La fe es siempre una respuesta a una iniciativa de Dios: Dios que se me ofrece y se revela como Padre amoroso, que entrega a su Hijo para la Salvación de todos y nos envía el Espíritu Santo para guiarnos en los caminos de la vida, con el acompañamiento maternal de la Iglesia. Y a esta iniciativa divina el hombre responde con la fe: “me fío de Dios”; sé que quiere mi bien, experimento que su paternidad me da fuerza, que Jesucristo el Señor me amó tanto que se entregó por mi, que el Espíritu ilumina mi marcha hasta la casa definitiva del Padre.
Y cuando comenzamos esta relación con Dios, el corazón rompe la lógica: Dios me sigue amando a pesar de mi infidelidad, Jesucristo me perdona desde la cruz... la muerte está vencida porque Dios abre la esperanza de la vida eterna. Por ello, en cuestiones de fe, no sólo movamos las razones; es necesario unir nuestro corazón al de Dios, pues cuando levantamos nuestro corazón a Dios, Él nos lleva de la mano. Y nos da confianza y paz.

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