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domingo, 28 de agosto de 2011

D. MANUEL, PARA LA REFLEXIÓN

“Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste”. Preciosas estas palabras del Profeta Jeremías, que son el fundamento de nuestro ser cristiano y que hoy por hoy nos hacen seguir a Jesucristo.
El Señor, su persona se ha enamorado de cada uno de nosotros y nos hemos dejado enamorar. El ha sido más fuerte (su amor) que nuestra debilidad. Nos ha podido; nos ha vencido con la fuerza de su amor.
Y esa seducción de Dios ha forjado en nosotros una personalidad de creyentes, de personas de fe; personas de plena confianza en Jesús el Hijo de Dios. De que sólo Él nos da lo que necesitamos, y por eso lo proclamamos como Señor, Guía y Maestro.
Y esto no es una quimera, un cuento, sino una experiencia de gozo, de paz y de vida incomparables; supone una serenidad impresionante. Desde Dios, desde Jesús las cosas recobran un nuevo sentido.
Esto supone una fe que está implicada en toda la vida y que tiene unas consecuencias fabulosas. Jeremías decía que no le traía más que problemas (como ir contra corriente). Pedro protesta en el Evangelio porque Jesús le dice que su camino es de crus y pasa por dar la vida (muerte). Jesús tiene que reñirle y para que quede bien claro, le añade: “Negarse a sí mismo, cargar con la cruz, perder la vida”.
También para nosotros la fe, desde esa experiencia del amor de Cristo implica obedecer a Dios antes que a los hombres (ir contra corriente) perder la vida, entregarla. La fe no sirve para llevar una vida a base de ir tirando, sino que nos obliga a poner en cuestión siempre nuestra vida y sus actuaciones. Significa soportar incomprensiones a causa de ella; aceptar y asumir el dolor y la limitación que no podemos superar. Pero sobre todo, supone hacer lo que hizo Jesús: Poner la vida al servicio del amor de Dios entre los hombres y colocar este ideal por encima de todo interés personal. Ello implicará sacrificios, renuncias y mucha entrega como Jesús
Este amor de Dios se manifestará en todos los campos y aspectos de la vida del cristiano (honradez, esfuerzo y entrega en la familia para funcione, solidaridad con los que sufren…
Hoy debemos preguntarnos si en verdad es Dios, su Hijo Jesucristo, el Señor, quien nos seduce, si su amor es el que nos motiva y nos impulsa a la realización de todas nuestras actividades. Esa es y será la razón de nuestra forma y nuestro estilo de vivir: Dar la vida por amor.
Acabando las vacaciones y ante un nuevo curso, podríamos ya pensar en cómo enfocarlo de cara a vivir nuestra identidad cristiana, nuestro compromiso apostólico en nuestra familia,, en nuestra comunidad y en nuestra acción pastoral.
Y no olvidemos que la Eucaristía es donde Jesús nos enamora, nos expresa todo su amor, alimenta nuestra fe y fortalece nuestra vida. En ella el Señor nos pasa a vivir con sus mismos sentimientos y sus mismas actitudes.

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