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domingo, 12 de junio de 2011

D. MANUEL, SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS


“ CON LAS PUERTAS CERRADAS POR MIEDO...”

Hoy, es Pentecostés, Fiesta del Espíritu. Hoy celebramos con gozo que no estamos solos: el Espíritu de Jesús, esta en y entre nosotros y alienta la Iglesia.
Es fácil descubrir un Dios Padre, Creador de todo... Es aún más fácil reconocer a su Hijo Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien, que murió por nosotros y que resucitó al tercer día... Pero quizás sea más difícil entender al Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Por ello, al Espíritu se le ha llamado “el gran desconocido” para muchos cristianos. Es necesario pues, acercarnos a la Persona del Espíritu para que nuestra fe en este misterio insondable sea “una fe acabada”.

El Espíritu rompió las cerraduras de las puertas cerradas del miedo de la Primera Comunidad de apóstoles y los llenó de valentía evangelizadora. Del temor cobarde pasaron a un valor intrépido. Era tal su arrojo que los creían borrachos. A los timoratos, los convirtió en valientes misioneros.
Hoy nuestra época se caracteriza por un espeso silencio social en torno a Dios y a Jesucristo. El pudor religioso, el miedo a crear extrañeza, el temor a invadir la intimidad de los otros y a ser tachados de proselitismo, la misma debilidad de nuestra fe, crean una infranqueable “zona de silencio”. En nuestro mundo occidental es “menos difícil practicar la caridad que anunciar la fe”. Vivimos con “las puertas cerradas por miedo...”

Sin embargo, el Espíritu rompe las cadenas y nos invita a un anuncio misionero explícito y valiente. ¡Qué importante es esto para nuestra Parroquia; para los que nos dedicamos al trabajo pastoral en ella! La misión surge espontáneamente de la experiencia gozosa de la fe que se alimenta en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. Eucaristía y Evangelización se fecundan mutuamente y urgen a todos los discípulos de Jesús a sentirse deudores del don que han recibido, hacia los que todavía no conocen el anuncio que es capaz de transformar sus vidas.
A María, que alentó los primeros pasos del Salvador en el mundo y quitó los primeros miedos de la Iglesia naciente, le pedimos que nos dé la valentía necesaria para proclamar el Evangelio de su Hijo con obras y palabras, con el testimonio de nuestra vida, en estos momentos de la historia.

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