domingo, 3 de abril de 2022

HOMILÍA DEL DOMINGO

 

DOMINGO V DE CUARESMA “C”

 

                           Queridos  hermanos: Nos acercamos a la Semana Santa, a la Semana Grande de los cristianos para CELEBRAR LA PASCUA DE NTRO. SR. JESUCRISTO., su paso de la muerte a la vida y con Él todos nosotros.

 

                            Aún esta semana seguimos haciendo nuestras las palabras del Maestro: “El que quiera ser discípulo mío que cargue con su cruz y me siga”; “el que quiera ganar la vida que la pierda”.  Así pues, seguimos al Señor, somos cristianos, y vamos con Él a dar muerte al Príncipe de este mundo, a Satanás, al pecado... para vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Renovemos y actualicemos nuestro bautismo; pongamos a punto nuestra vida cristiana…

 

                            En un mundo lleno de violencias y de odios, cansados por el egoísmo y la soberbia humana... La Palabra de Dios proclamada, sobre todo el Evangelio es una bocanada de aire fresco, un mensaje nuevo y lleno de esperanza, de gozo y de vida para todos: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?” En medio del desierto y la soledad, el Señor abrirá un camino, ríos en el yermo, para que avance, beba su pueblo y tenga vida. El salmo evoca esta misma vida renovada: no es un sueño, es una realidad. Los llantos y las lágrimas se han convertido en alegría, gritos y risas. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.

 

                             Y la realización de su grandeza se plasma tanto en el Evangelio proclamado como en la imagen impresionante de Jesús muriendo por nuestros pecados: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Es el mensaje del perdón, de la comprensión, de la misericordia infinita de Dios para la humanidad pecadora, representada en la mujer adultera. Es la imagen de Jesús que nos responde a la pregunta de qué es el perdón,  la misericordia y el verdadero amor.                               

 

                            No sólo un abrazo o una mano que se te tiende. Es, sobre todo, un don de Dios que se recibe de Él y de los hermanos. Perdón, misericordia, amor que todos necesitamos, pues todos estamos manchados, somos imperfectos y limitados. Y esta es la novedad y la grandeza que trae Cristo: El perdón y la misericordia.                            

                                                        

 

                            “Tampoco yo te condeno. En adelante no peques más”. Escandalosa carga de amor. Jesús “sereno, recogido, pensativo” entra en la situación histórica y concreta de la mujer, y da una sentencia definitiva y válida para todo el género humano: Nunca ni nadie puede condenar, porque todos somos pecadores...

                                                                                                             

                            Y ¿Tú, Señor? El justo, el inocente, ¿cuál es tu postura? Yo no condeno... yo no he venido a condenar. Y sigue...

¡Pobrecilla! Tiene un fardo tremendo sobre ti, ponlo sobre mis espaldas. Yo pagaré por él y por todo. Una persona vale más...

 

                            La mujer lloraría tras oír esta sentencia, pues no sólo quedó libre, sino que quedó purificada. Las palabras, el amor de Jesús fueron como un fuego que quemaba sus manchas y encendía su corazón. Y se fue cantando un himno de libertad.

 

                            Consecuencias: No es horrible caer en las manos de Dios. ¡Qué va! Lo horrible es caer en las manos de los hombres. Caer en las manos de nuestro Dios es lo mejor que nos ha podido suceder... Cristo, con su vida en debilidad, con su pasión y su muerte nos libera y nos salva. Carga con el peso de los pecados de la humanidad; expía por ellos, aceptando el dolor y la muerte humillante en la cruz: “el tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras maldades”

 

                            Así fue y así es. Cristo se hace presente, se hace débil... Así está con nosotros, así nos ayuda por su solidaridad radical con nuestra condición humana. Dios escoge no el camino fácil del triunfo, sino el duro, el áspero (verdadero) del fracaso aparente, del dolor y la muerte. Cristo es Dios sufriente que ha asumido el abandono del hombre, su incomprensión, su injusticia.

                                      

                        Aquella mujer ha pasado de la muerte a la vida. Gracias al perdón y a la misericordia de Jesús, la mujer adúltera ha pasado de ser condenada a ser salvada. Buena imagen, pues, del paso de muerte a vida que todos estamos llamados a vivir siguiendo los pasos de Jesús. Y el perdón lleva al cambio, a la conversión: “¿Ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”. Permanecer en mi amor…

                       

                        Y San Pablo lo refuerza: “Todo lo estimo basura, con tal de ganar a Cristo”... Nada ni nadie nos podrá separar de su amor... El mayor de los tesoros…

 

                         Maria, su Madre y nuestra Madre es corredentora. La Virgen María, unida en todo a su Hijo Jesús, sentirá la espada del dolor a lo largo de toda su vida en forma de angustia, destierro, persecución, incomprensión, pérdida de su Hijo, soledad... Como Madre de los pecadores, que nos acerque a Jesús, y Él nos dará la vida…

                        Cada Eucaristía es una Pascua concentrada: Cristo mismo ha querido hacernos participes de la fuerza salvadora de su entrega en la cruz, haciéndose alimento para nuestro camino…

 

 

 DOMINGO V DE CUARESMA. CICLO “B”. FIESTA DEL NAZARENO Y DEL CRISTO DE LA EXPIRACIÓN

 

                   Sr. Presidente de la Agrupación Arciprestal de Cofradías.  Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Cofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno… Del Santísimo Cristo de la Expiración… Queridos cofrades  y hermanos.

                 

                   Todos los años con la Fiesta en honor a vuestros Titulares, nos acercamos a la Semana Santa, a la Semana Grande de los cristianos, para CELEBRAR LA PASCUA DE NTRO. SR. JESUCRISTO, su paso de la muerte a la vida y con Él todos.

               

                 También este Domingo celebramos el Día del Seminario con el LEMA: “PADRE Y HERMANO COMO SAN JOSÉ”. La Iglesia nos presenta una de las preocupaciones más hondas que laten en su corazón de Madre: Las vocaciones al sacerdocio escasean y el pueblo de Dios necesita buenos sacerdotes, que vayan delante de su rebaño y lo conduzcan en medio de este mundo. Que sean prolongadores de la obra del Buen Pastor, Jesucristo.

                      

                       Aún esta Semana seguimos haciendo nuestras las palabras del Maestro: “El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor, a quien me sirva el Padre le premiará”.  Así pues, seguimos al Señor, somos cristianos, y vamos con Él a Jerusalén a dar muerte al Príncipe de este mundo, a Satanás, al pecado… para vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Renovaremos y actualizaremos nuestro bautismo; pondremos a punto nuestra vida cristiana… Abandonaremos nuestro pecado y viviremos la alegría de nuestra fe. TODO ELLO, PORQUE…

 

                            Se cumplirá  la promesa que en su día realizó Dios por medio del Profeta Jeremías: “Mirad que llegan días en que haré... una alianza nueva. Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones”. Esta Alianza será definitiva, no quedará grabada en unas tablas de piedra, sino en los corazones. Por eso, hemos pedido repetidamente: “Oh Dios, crea en mí un corazón nuevo”.

 

                            Esa Nueva Alianza,  definitiva la selló Cristo Jesús con su sangre en la Cruz, con su muerte. (El Cordero de Dios). Aquellos días de que habla Jeremías, son los días de Jesús de Nazaret, como  nos dice San Pablo. “Cristo, en los días de su vida inmortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte...” Y en el Evangelio se nos habla hoy de la “Hora” de Jesús, refiriéndose a los días de su Pasión-Muerte y Resurrección; es decir, a los días de su glorificación, de su paso de este mundo al Padre; y con Él todos nosotros.

                            Ahora sí, ahora tenemos uno... Tenemos un mediador, un pontífice totalmente solidario con nosotros, que no es extraño a nuestra historia, que sabe comprender nuestros peores momentos de crisis, de dolor, de duda, de fatiga...

                                           

Los ha experimentado Él mismo en su propia carne. Solidarizándose con la humanidad hasta la cruz, hasta la muerte, ha hecho suyo el castigo que merecían nuestros pecados; y “se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna”.

 

                            EL GRANO DE TRIGO QUE MUERE DA FRUTO. Sin embargo la Cruz no es la última palabra. El amor total (desvivirse) hasta la muerte tiene un sentido profundo de fecundidad. Jesús mismo nos lo ha explicado: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. Pero si muere, da mucho fruto”. Ese es el camino de  salvación que Cristo ha elegido. El único camino que vale la pena seguir y que trae consigo la vida, la felicidad, la plenitud, aunque cueste. Ejemplos… El otro, los otros...  “El que se ama a sí mismo, se pierde…”.

 

                            Consecuencias: Celebrar la Pascua es pasar de lo viejo a lo nuevo, de la muerte a la vida. Celebrar la Pascua supone renunciar al pecado y abrazar con decisión el estilo de vida de Jesucristo, e ir interiorizando, personalizando, la Alianza de Dios. Y este proceso comporta la mayoría de las veces lucha, dolor, sacrificio, conversión a los caminos de Dios, señalados en el Evangelio, y que muchas veces no son los de este mundo.

 

                            El mejor fruto de la Pascua es que se note en nosotros el cambio de estilo de vida. En la noche de la Vigilia Pascual, la celebración principal del año para los cristianos, recordando nuestro bautismo, renunciaremos explícitamente al pecado... y profesaremos nuestra adhesión a Dios, a Cristo, al Espíritu Santo y a su Iglesia. Hemos de concretar nuestras renuncias y nuestra adhesión a Cristo.

 

                            Cada Eucaristía es una Pascua concentrada: Cristo mismo ha querido hacernos partícipes de la fuerza salvadora de su entrega en la Cruz, haciéndose alimento para nuestro camino.     

 

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