DOMINGO
SEGUNDO DE ADVIENTO, CICLO C
Queridos hermanos, nos adentramos en
el Adviento, tiempo de gracia de Dios y de espera activa y confiada para
preparar la venida del Señor. Estamos convencidos como San Pablo que, el que ha
inaugurado entre nosotros la empresa buena (la salvación), la llevará adelante
hasta el día de Cristo Jesús.
Hoy el Evangelio sitúa a Juan Bautista
en un marco histórico y geográfico para significar que la acción salvadora del
Mesías se realiza en el interior del tiempo y de la historia humana. Así el
tiempo se hace “tiempo de gracia” y
la historia, “historia salvífica”.
Ahora
es el tiempo de gracia, hoy es historia salvífica para nosotros. Porque
Dios sigue tomando la iniciativa en su amor para con nosotros. Dios no olvida a
su pueblo, a su criatura; se acuerda siempre de él. Dios quiere a su pueblo
como a un niño, por eso se conmueve ante su esclavitud y sus sufrimientos.
Dios se acerca una vez más en nuestro
tiempo y en nuestra historia para liberarnos y regalarnos, sea el pueblo que
sea, o sea la persona que sea, la que sufre. ¡Quedan tantos pueblos, tantas
personas aún por liberar! También tú. Dios
viene y nos dejará dice el Profeta Baruc:
-Libertad: Que
significa vuelta del destierro, de nuestras grandes y pequeñas esclavitudes, de
nuestros extravíos…
-Alegría:
Nada
de lutos y aflicciones tontas, nada de añoranzas y tristezas, pues los que
lloraban, “vuelven cantando; los que
sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares”.
-Fortaleza: “Ponte en pie”. Palabra que tanto nos
repite. Levántate, no temas, se fuerte,… Dios quiere a sus hijos libres y
confiados.
-Dignidad:
Porque realmente el amor de Dios dignifica. El amor de Dios nos levanta, nos
promociona, nos hace crecer, pues el hombre es su imagen y no puede estar de rodillas
ante nada ni nadie. Solo ante Él.
-Divinidad: “Envuélvete en… la justicia de Dios”
Hasta ahí llega el amor de Dios, hasta hacernos participes de su propia
naturaleza. Nos reviste de su gloria y su piedad; nos colma de su Espíritu.
Ahora bien, toda esa obra buena que
Dios viene a realizar en nuestro tiempo de gracia y en nuestra historia, requiere ACOGIDA. Y es la voz de la
Iglesia, como antes fue la del profeta Juan Bautista, la que nos urge:
“ELÉVENSE
LOS VALLES”. Que el Mesías no encuentre en nosotros decaimientos, timidez, vacios,
falta de fe. Así lo deseamos en la Misa al decir “Levantemos el corazón”, pongamos
en pie la fe y la esperanza porque el Señor viene ya.
“DESCIENDAN
LOS MONTES”. Hay que hacer bajar el orgullo, la
autosuficiencia, los egoísmos. Tenemos montañas de egoísmos y apegos. Hay que
bajar, bajar y vaciar, para que pueda llegar a nosotros el Mesías.
“LO
TORCIDO DE ENDERECE, LO ESCABROSO SE IGUALE”. Y nos torcemos cuando
nos desviamos de la verdad, cuando vivimos en la mentira, cuando nos dejamos
seducir por halagos del placer o del consumir.
Nos torcemos por el vicio y el engaño.
Hemos de enderezar nuestros caminos,
vivir en la verdad, ser sinceros, trasparentes. Pues solo los limpios de
corazón verán a Dios.
Será la forma de que todos vean hoy un
poco más la salvación de Dios. Será la forma de acoger y participar en la
gracia, en el amor, en la paz y en la salvación de Cristo, el Mesías. Si te abres a Él, si le escuchas, si le
aceptas, si le amas, el Mesías te amará, y entrará en tu casa y cenará contigo,
y ya se quedará contigo para siempre.
El
Espíritu Santo que fecundó las entrañas de la Virgen María, haga estos días
la obra de Dios Padre en todos y cada uno de nosotros, para que nazca su Hijo
Jesús y nos dé su vida divina. Digamos como María “SÍ” y que nazca Jesús.
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