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domingo, 9 de octubre de 2016

REFLEXIÓN DE DON MANUEL PARA EL DÍA DE HOY


DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO “C”

         Queridos hermanos el Evangelio  proclamado nos presenta ya de entrada una enseñanza muy sencilla para nuestra vida cotidiana: La necesidad de ser agradecidos. Es necesario que sepamos decir “gracias”; es necesario que sepamos agradecer las cosas buenas que Dios y los demás nos hacen. Porque hemos pasado de “dar gracias por todo”, a no agradecer nada...

         Aquellos diez leprosos del Evangelio tenían muchos motivos para dar gracias a Jesús. Les había curado de la lepra. Y la lepra no era simplemente una enfermedad: quien tenía lepra, además de padecer el mal, tenia que vivir lejos de los demás, en una marginación absoluta de la vida social. Era como estar enterrado de por vida.

         Sin embargo sólo uno regresa para dar gracias por la curación. Los demás sólo piensan en sí mismos, en tener cuanto antes el certificado que extendían los sacerdotes, para poder vivir en sociedad.

         Jesús contento con el que ha regresado y molesto por la poca delicadeza de los demás, destaca que el único agradecido ha sido el extranjero samaritano, mientras que los fieles, los buenos israelitas han sido incapaces de agradecer, de practicar la más sencilla de las virtudes humanas, el agradecimiento.

         Debemos hoy nos preguntarnos si solemos ser agradecidos con los demás: no pasando por alto las pequeñas o grandes cosas que los demás hayan hecho o hacen por nosotros. Y agradecer sea quien sea de quien hayamos recibido: la persona importante o la persona humilde; el de casa o el vecino...

         Al agradecer los detalles... seguro que ayudamos al otro a seguir actuando de modo servicial y generoso. De esta manera vamos fomentando actitudes y estilos más humanos, más cordiales, más amables, más generosos, que bastante falta hacen a nuestro mundo desagradecido.

          SER AGRADECIDOS A DIOS.

            Otra gran enseñanza del Evangelio que Jesús nos muestra el agradecimiento a Dios. El leproso curado vuelve “Alabando a Dios a grandes gritos”. Se ha dado cuenta que el gran favor que Jesús le ha hecho es en el fondo una señal de cómo Dios actúa con misericordia con todos los hombres; por eso él se vuelve alabando y ensalzando al Dos Salvador, al Dios que actúa de tantas maneras a favor de la vida de los hombres.

             Es el Dios que ha hecho nacer de su bondad la creación entera; el Dios que ha escogido un pueblo y lo ha liberado de la esclavitud de Egipto; el Dios, que para dar vida a todo hombre, ha venido a compartir la condición humana, y así nos ha abierto a todos el camino del amor y de la  salvación plena.
          

            Por eso, en todo cuanto vivimos, en toda realidad de nuestra vida, podemos descubrir la presencia salvadora y misericordiosa de Dios. Y por eso, es preciso que siempre, como aquel leproso, alabemos y bendigamos a Dios por sus dones.

              La Eucaristía es nuestra acción de gracias a Dios: “Levantamos nuestro corazón hacia Dios" por todos sus dones y en especial por el don definitivo de su Hijo Jesucristo. Luego se lo agradecemos con la vida, con nuestra disponibilidad, con nuestra entrega, con nuestra fe.

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