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domingo, 25 de septiembre de 2016

REFLEXIÓN DE DON MANUEL PARA EL DÍA DE HOY


DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO “C”

         Queridos hermanos: Nos disponemos como cada Domingo a compartir un mismo pan, signo de la unidad entre todos los hombres, los hijos de Dios.

         La Eucaristía es un gesto que contradice la injusticia del mundo, es una denuncia clara del banquete de la sociedad opulenta del que se ha excluido a los pobres.

         De la Palabra de Dios proclamada emerge un nítido mensaje: La riqueza tiene el peligro de ensordecer de incapacitar para el bien. Cuando se sirve al dios “dinero”, la persona, con su tesoro enroscado en el corazón, se impermeabiliza a la Palabra. Es incapaz de compasión, de misericordia y más aún, de justicia.
      
         Ya puede gritar el profeta, urgir, señalar con el dedo y con la Palabra: la persona cogida por el dinero, no se inmuta, no se entera. Tampoco aunque un muerto resucite.

         He aquí, pues, lo temible de la riqueza. Que llega a poseer al hombre de tal forma que es lo único que marca la pauta de su vida y le hace cometer injusticia.

         Jesús es duro con este pecado, (la búsqueda del dinero, el moverse pensando por encima de todo en el dinero y en la riqueza...), porque es el mayor cáncer que corroe nuestro mundo, la ambición. Jesús condena sin paliativos a los que lo cometen y no están dispuestos a cambiar de actitud.

         Dicha actitud debe servir (ser) también de lección para todos nosotros. También nosotros podemos caer en esta actitud de pensar sólo en nosotros mismos, cerrándonos a los pobres..., con todas la excusas y desentendernos con demasiada tranquilidad de la pobreza que haya a nuestro alrededor, y no preguntarnos si estaremos contribuyendo a la pervivencia de situaciones injustas que se dan en nuestro alrededor y en nuestro mundo.

¿Qué podemos hacer nosotros?


         Os expongo una sencilla lista de cuestiones que afectan a este tema, y que podíamos reflexionar:

-         Hemos de reconocer que nuestro mundo no funciona bien, está mal organizado; no puede ser que el mundo funcione a base de ver quien puede ganar más. Esto es preciso cambiarlo, prestando atención a los distintos intentos sociales y políticos que abran nuevos caminos.

-         Todo el que pueda tener alguna influencia en la vida económica y social, debería preguntarse con qué criterios actúa y si esos criterios son humanos y cristianos.

-         Preguntarse qué hacemos con nuestro dinero; qué parte debemos dedicar al servicio de... A qué cosas renunciar para llevar una vida más austera y más solidaria. 

-         También deberíamos preguntarnos en qué utilizamos nuestro tiempo. Si parte de él lo dedicamos a ayudar a las personas necesitadas, a Caritas, a los enfermos, a realizar las obras de misericordia...

-         Revisar también como educamos a los hijos, a las nuevas generaciones: ¿A creerse dueños del mundo?, ¿a tener todo lo que piden?, ¿o más bien a ser austeros, a ser solidarios, sensibles a las pobrezas... del mundo?

         Hemos de mirar a nuestro inmediato y ver los lazaros que tenemos a la puerta y como nos interpelan. Los cristianos, como decía Juan Pablo II “no os contentéis con un mundo más humano, haced un mundo más divino”. Nuestra Iglesia, Parroquia, nuestra casa ha de ser lugar de acogida, donde nadie quede excluido; un espacio para compartir lo que somos y lo que tenemos.

  Por eso celebramos la eucaristía, una mesa común donde todos se sienten acogidos, queridos y donde compartimos. 

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