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domingo, 28 de agosto de 2016

REFLEXIÓN DE DON MANUEL

DOMINGO XXII CICLO “C”
           
                       “Vosotros os habéis acercado al Dios vivo y verdadero y a su enviado Jesús”. Ese acercamiento nos lleva a celebrar juntos esa intimidad y relación amorosa con Dios. ¿cómo?
-         Haced esto en memoria mía: la Eucaristía
-         Dichosos los que escucha la Palabra de Dios.
 
              Llaneza, sencillez, gratuidad desde la adhesión a Cristo
 
                        Hoy la Palabra de Dios nos emplaza a vivir no en función del orgullo, la prepotencia o la arrogancia, sino al contrario, desde la sencillez, la humildad, la cooperación y la gratuidad.
                       Sin embargo, un estilo de vida centrado en estos valores no depende primordialmente de nuestras capacidades; tan sólo la cercanía a Jesús, la comunión vital a su persona, la fe radical en Él, puede darnos la fuerza necesaria para vivir la moral de la llaneza, de la sencillez y de la gratuidad. 
                      
                       Tengamos en cuenta: Que la fuente de nuestro ser y de nuestro vivir reside en Cristo. Ni nuestro esfuerzo, ni nuestra decisión pueden conseguir la renovación interior. Es el Espíritu de Jesús, la confianza y adhesión a Él, la clave de nuestra transformación interior.
                 
                  Hacia una moral de comunión
 
                       Cuando esto ocurre, es entonces cuando emerge la nueva y verdadera moral cristiana, no fundamentada en normas o leyes exteriores, sino en la fidelidad al empuje y al entusiasmo del Espíritu de Dios. Una moral que destierra el individualismo porque Dios se nos ha acercado, nos ha integrado en la comunidad festiva de sus hijos. El hombre es comunidad por vocación.
 
                       Entonces las consecuencias y los compromisos son sorprendentes: El rico no se jacta de su riqueza, sino que se iguala a los demás, porque la verdadera riqueza no es el dinero sino el sentimiento de igualdad, de fraternidad. El poderoso no se vanagloria de su autoridad, sino   que reconoce su propia pequeñez, ya que sabe reconocer que lo que tiene de bueno..., es don de Dios. El humilde ante los demás tiene una actitud de estima y de servicio, porque donde esta la humilda
 
             Centrados en una moral desinteresada, gratuita…
 
                       Este es el estilo de vida que nos recomendaba la primera lectura. El orgullo, la soberbia y la altanería son de personas insensatas. Y el mismo Jesús se muestra exigente en nuestra moral cotidiana. A todos nos gusta destacar por encima de los demás, que nos reconozcan nuestras buenas obras. Y lo peor es que muchas veces tan sólo vivimos y nos movemos por alcanzar este reconocimiento humano. Y eso es vanalizar, rebajar, infantilizar nuestras propias capacidades.
 
                       Hemos de aspirar a superar este estadio elemental. Jesús nos lo dice: No busques la recompensa humana de todo cuanto haces. Deja que el Espíritu suscite en ti la obra generosa, la acción gratuita, ayuda desinteresada. Más todavía, favorece, asiste, defiende a todos aquellos que no podrán recompensarte cuanto has hecho por ellos.
                       Es esta una moral para esforzados, es la moral del Evangelio. Este es el empuje y el impulso del Espíritu Santo. De Él nacen las actitudes y los compromisos más radicales.
 
                 Cercanía a los desfavorecidos
 
                       Nunca viviremos la sabiduría de la humildad evangélica si renunciamos a convivir y a compartir el sufrimiento de los humillados. No alcanzaremos las bienaventuranzas de Jesús, si únicamente hacemos el bien a quienes sabemos que nos van a recompensar con la misma moneda.
 
                       Nuestra vida cristiana no es una lucha por ocupar los primeros puestos; al contrario ha de ser una tensión constante por hacer nuestros los sinsabores y las angustias de los más desfavorecidos. Enfoque de nuestra vida... Solamente así se llega a la comunidad y se vive la comunidad como lugar de fraternidad, por encima de clases sociales y de prestigio personal.
 
                       Solamente así, la Eucaristía se convierte en el banquete de los humildes que aceptan la fuerza de Dios y acogen en su seno a cuantos desean vivir el amor de Dios y en compañía de los hermanos.

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