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domingo, 15 de mayo de 2016

REFLEXIÓN DE DON MANUEL PARA EL DÍA DE HOY


SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

     Queridos hermanos: Celebramos la Solemnidad de Pentecostés. Cincuenta días después de la Resurrección del Señor, una vez glorificado a la derecha del Padre, Jesús cumple su promesa: “No os dejaré huérfanos, os daré un Defensor…”

1.- DON DE DIOS.

     Hoy, pues, es el día anunciado y esperado en la historia de la salvación. Se prendió por fin la hoguera que Cristo tanto deseaba. Se abrieron los surtidores y las fuentes inagotables que se habían anunciado. Ya pueden bañarse todos  y bautizarse en las aguas del Espíritu. Los hombres, todas las personas pueden hablar la misma lengua. Todos los hombres pueden tener la vida eterna.

     Hoy celebramos la efusión del Espíritu Santo, que supone la autodonación máxima de Dios, el culmen de su generosidad. La generosidad de Dios se demostró de una manera desbordante en Jesucristo. “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Único”. Este don de Cristo, Dios con nosotros, ya sabemos lo que supuso para nosotros. Nos lo dio todo y se dio del todo.

     ¿Cabe esperar alguna gracia más de Dios? Pues el Espíritu  es esa gracia excesiva. “La gracia” que nos viene conjuntamente del Padre y de Jesucristo. También de Jesucristo que exhala su aliento para trasmitirlo a su Iglesia y lo sigue transmitiendo.

     El Espíritu Santo es la tercera persona divina, es la vida íntima de Dios, su gozo, su fuerza, su amor, que se mete en nuestra vida. Jesucristo, Ntro. Señor, actuaba desde fuera, ayudando y enseñando…, “Dios con nosotros”.

     Ahora el Espíritu actúa dentro de nosotros, iluminando y confortando...“Dios en nosotros”. Es verdad que Cristo es la vid y nosotros los sarmientos, pero la savia es el Espíritu. Con el Espíritu, Dios ya no nos da cosas. Se da Él mismo.

2.- LA FUERZA DE DIOS.

     El Espíritu Santo es Dios mismo, la fuerza de Dios que todo lo penetra y lo transforma. Su fuerza es creadora, luminosa, vivificadora. Se identifica con el amor.

     Nosotros estamos llenos de debilidades y rodeados de dificultades. Palpamos  constantemente nuestra debilidad. No somos capaces de vencer nuestros defectos; hacemos buenos propósitos, pero nos olvidamos enseguida; nos dejamos seducir fácilmente; nos cansamos pronto; nos acobardamos ante cualquier  peligro. Caemos una y otra vez.

     Pero Dios lo puede todo: Necesitamos la fuerza del Espíritu, que nos cure y nos llene de energía. La fuerza que transformó a los discípulos; la fuerza que empuja a los misioneros y sostiene a los mártires. La fuerza que vence todos los miedos, todos los decaimientos, todas las dificultades. La fuerza que supera todos los egoísmos, porque la fuerza del Espíritu de identifica con el amor.

     Si realmente nos abrimos al Espíritu sentiremos una energía poderosa; podré superar gozosamente lo que antes me parecía una montaña; me sentiré distinto, como si alguien, no yo, actuara en mí.
 3.- HUESPED DEL ALMA

     Pero el Espíritu no es una fuerza impersonal. Es el Espíritu de Jesús, el Espíritu de Dios, que se ha derramado sobre nosotros. Se nos ha dado como Amigo y Defensor, como Consejero y Animador. Ha llegado a nuestra casa como Huésped permanente. Viene a romper nuestra soledad, a cultivar nuestro huerto. Viene a embellecer nuestra casa; viene a cuidarnos, a curarnos y a alegrarnos, a darnos vida. Viene, sobre todo, a ser nuestro amigo.

4.- CON CUERDAS DE AMOR

     Tú le puedes olvidar, pero Él no te olvida. Tú le puedes “hacer llorar”, pero Él te hará siempre sonreír. No seas, pues, tan ciego y tan necio que quieras echar de tu casa al Espíritu Santo. Al revés, ábrele siempre las puertas y sujétale con cuerdas de amor. No dejes que se canse; dale compañía; háblale constantemente; pídele consejo en todo; pídele la fuerza que tanto necesitas. Pídele amor y dale amor.

     El Espíritu Santo se hace tu Huésped, se hace tuyo. Quiere ser como el aliento de tu vida. Deja que te aliente. El te trabaja por los sacramentos para continuar la obra de la Salvación de Cristo contando contigo.  

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