DOMINGO V DE PASCUA “C”
Queridos hermanos. Sed bienvenidos a la Eucaristía, la Fiesta del Señor.
Seguimos celebrando la Pascua de Resurrección, el triunfo de Jesús sobre la
muerte. Es como una explosión de vida y de alegría. Todo el amor derramado por
Jesús en la historia está dando su fruto. ¿No lo notáis? Flores, cantos,
plegarías... y lo más importante, la celebración de los Sacramentos por miles y
miles de personas en todo el mundo.
Este amor, esta gracia de Jesucristo, el Señor Resucitado, también llega a nosotros.
Por eso estamos aquí, como cada Domingo. Hoy damos la bienvenida y la acogida
de nuestra comunidad a estos hermanos y hermanas nuestras, que han madurado en
la fe, para que, desde hoy, participen con nosotros en la Mesa del Señor, y con
nosotros den a conocer la Buena Noticia del Evangelio a todos.
Mis queridos chicos y chicas, queridos hermanos y familias. Por fin ha llegado
el día esperado y preparado... Hoy
es el día de recoger los frutos de vuestro trabajo y del trabajo de nuestra
comunidad, padres, profesores, catequistas... En definitiva, del trabajo del
Señor, a través de las personas que os han hecho madurar... “En sabiduría en estatura y en gracia
ante Dios y ante los hombres”.
Cierto día el Señor os regaló su Espíritu,
el Espíritu Santo. Fue vuestro bautismo que os hizo hijos de Dios y miembros de
la Iglesia. Fue vuestra entrada en la gran familia de hijos de Dios y de
hermanos que formamos los cristianos. Desde entonces hasta hoy habéis crecido y comprobado que
ser cristiano, seguir a Cristo es lo más importante en la vida de una persona.
Pero para ello, necesitáis
alimentar vuestra vida, recibir al mismo Cristo y escuchar su Palabra. Es
lo que hacemos los cristianos el Domingo y lo que hoy comenzáis a vivir
vosotros con nosotros, los mayores.
1.-
Estamos celebrando el quinto
Domingo de Pascua de Resurrección; llevamos cinco semanas celebrando el
triunfo de Jesús sobre la muerte. Y se va acercando el momento de la despedida
de Jesús de sus discípulos. Dentro
de dos semanas celebraremos su Ascensión a la derecha del Padre.
Y hoy, en ese ambiente cálido del Cenáculo, Jesús les anuncia la inminencia de su
glorificación al cielo y les da los últimos encargos a sus discípulos...
Les dice, y nos dice lo esencial, lo más importante: QUE HEMOS DE VIVIR COMO
ÉL, y por eso nos da un Mandamiento nuevo: “Que os améis unos a otros; como yo
os he amado, amaos también entre vosotros”. Y esa será la señal por la que
conocerán que sois mis discípulos.
El mandamiento del amor ya existía, pero el nos dice que es nuevo. Y la novedad está en el
estilo, en la forma..., y sobre todo, en el modelo a imitar: “...como yo”. Y ya lo
sabemos: Él nos ha amado sin condiciones, sin que nos lo merezcamos (“siendo
nosotros pecadores nos amó”); Él nos ha amado hasta el extremo de dar su vida
por nosotros.
Y “amor con amor se paga”.Por
eso, Él nos pide que manifestemos que lo amamos haciendo lo mismo con los demás.
Así conocerán que somos discípulos de Jesús: la señal de que creemos en
Jesucristo es que amamos como Él… Así
manifestaremos nuestra señal de identidad, cuando en nuestra vida de cada
día, por encima de nuestros gustos, costumbres y rutinas, estamos dispuestos a
amar y amamos con el estilo de Jesús.
2.-
Este
amor es ya un anticipo y anuncio de la vida en el reino futuro: el cielo
nuevo y la tierra nueva donde no habrá ni muerte, ni luto, ni llanto ni dolor.
Es una realidad que se desarrolla y cada vez que, imitando a Jesús y movidos
por el Espíritu, pasamos por el mundo “haciendo el bien y curando a los
oprimidos por el diablo”.
3.-
Esta es la tarea y misión de la
Iglesia: adelantar los cielos nuevos y la tierra nueva. Por eso, en estos
Domingos de Pascua recordamos para actualizar los acontecimientos vividos en
los primeros tiempos de la Iglesia por los Apóstoles y sus colaboradores.
A través de los viajes de Pablo y
Bernabé, el Señor nos está enseñando ahora a construir nuestras comunidades,
nuestros grupos, nuestra Iglesia. Y lo que está claro:
a) Que la vida de la Iglesia se desarrollaba en un ambiente de comunión y
misión.
b) Que había una organización y una jerarquía, dentro
de un ambiente de fraternidad, corresponsabilidad y comunión mutua.
c) Tienen claro de que el origen y la meta de todo estaba en Dios: Con su
gracia habían salido a la misión, de Él se sentían instrumentos, a Él dirigían
sus oraciones y ayunos, a Él encomiendan todas las personas y tareas. Dios
mismo es el que abre a los gentiles las puertas de la fe.
La tarea consiste en animar a los discípulos (necesaria animación hoy cuando
tanto pesimismo y desencanto habita en nuestros ambientes), en exhortarles a
perseverar (en medio de tanto abandono y apatía), diciéndoles que hay que pasar
mucho para entrar en el Reino de Dios (en un ambiente de tan poca exigencia, de
tanta tolerancia, de tanta flojedad).
Hoy como entonces, la Iglesia
existe para evangelizar; para hacer presente el Reino de Dios en este mundo
La Eucaristía, la oración y la
comunión de los hermanos sostiene nuestra identidad, y nuestros compromisos
apostólicos y misioneros... Sigamos avanzando… La ayuda de la Virgen nos
sostiene y nos ayuda a entregarnos al plan de salvación de Dios...
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