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domingo, 16 de noviembre de 2014

REFLEXIÓN DE DON MANUEL PARA ESTE DOMINGO


DOMINGO XXXIII, CICLO “A”: DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

           Queridos hermanos: En este Domingo penúltimo del Año litúrgico,  celebramos el Día de la Iglesia Diocesana de Jaén con el doble fin de hacer participar a los fieles del sentido de pertenecer a su Diócesis y de incrementar su “corresponsabilidad” tanto a nivel pastoral como económico.

            Estamos afrontando un momento crucial, un nuevo camino, que tiene unos rasgos muy complejos para llevar a cabo la labor de la Iglesia en nuestra sociedad, y para disponer de los recursos económicos suficientes.

            En este día, la Iglesia  nos quiere llamar la atención personal y comunitaria con el lema elegido para este año: “PARTICIPAR EN TU PARROQUIA ES HACER UNA DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS” “EL GOZO DE PERTENECER A TU PARROQUIA”.
 
            Nacidos de las aguas bautismales somos miembros de la Iglesia, de una Parroquia. ¡Qué tiempos tan bonitos nos ha tocado vivir! Unos tiempos que nos hablan de un mundo muy necesitado de Dios, muy necesitado de esperanza y muy necesitado de la alegría de un Dios que ama a los hombres. Este es el Dios que anuncia la Iglesia y el Dios en que creemos: el Dios de Jesucristo

           Igual que muchas familias, padres, hijos, abuelos, se reúnen los domingos para comer y lo viven con alegría, también la familia de los hijos de Dios nos reunimos el domingo en la eucaristía, en el banquete al que Dios nos invita. Quizá no seamos conscientes de la alegría y del gozo que supone “poder ir a misa”. Nos reunimos con nuestros hermanos en el nombre del Señor. Así comenzamos cada Eucaristía: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”

            En el Día de la Iglesia Diocesana celebramos que vivimos nuestra fe en una parroquia concreta, en una diócesis  determinada con otros cristianos de otras edades, y con los sacerdotes y religiosos. Celebramos que nos preside en la fe y en la caridad un obispo, sucesor de los apóstoles. No vivimos la fe en soledad, sino en comunidad junto a otros hermanos.


            ¿Cómo desentendernos de nuestra Iglesia diocesana de Jaén? ¿Cómo no preocuparnos por nuestra parroquia? En la parroquia hemos recibido el don de la fe por el bautismo, que es el mayor regalo de amor, de misericordia, de comprensión, de alegría, que se nos regala. Hemos recibido la Palabra de Dios, la Buena Noticia del amor de Dios. Recibimos los Sacramentos… Y  todo ello, lo recibimos gratis, y hemos de darlo gratis. Por eso, debemos preguntarnos: ¿Necesitará mi Parroquia algo de mí? ¿Necesitará catequistas? ¿Necesitará mis conocimientos profesionales como voluntario? ¿Necesitará que sea generoso con mi dinero?...

           Sí, la Iglesia, todos y cada uno de los cristianos estamos llamados a ser la luz y la sal que ilumine y dé sentido a este mundo, a destruir el mundo viejo, herido por el pecado y por el mal. Cristo, a través de nuestras vidas, está renovando este mundo, sembrando en el corazón del hombre el Amor. Y su Iglesia, tú y yo, nosotros somos instrumentos de Dios para realizar entre los hombres la renovación y la construcción del cielo nuevo y de la tierra nueva…


          De acuerdo con esto, el Evangelio de hoy nos hace una buena llamada a la generosidad: las cualidades regaladas por Dios a cada uno, son para ponerlas a fructificar, para el bien común, para la construcción del Reino.

          Se nos pide, exige: una comunicación cristiana de bienes permanente, procurando con ella los servicios de promoción, ayuda y subvención de todas las realidades internas de la Diócesis: Seminario, Instituto Diocesano de estudios pastorales, curia, delegaciones, administración, obras de templos y parroquias más necesitadas.
                             

    Se nos pide también la disponibilidad de nuestra persona y de nuestro tiempo para las tareas de apostolado en nuestra parroquia, en nuestro arciprestazgo y en nuestra Diócesis.


          VINCULACIÓN CON LA EUCARISTÍA.

           La Eucaristía es y produce la Comunión; y la comunión es así mismo participación y tiene su expresión visible en la comunicación cristiana de bienes y de servicios. Por ello, la Eucaristía que ahora celebramos realiza la comunión y nos exige la comunicación de nuestros bienes.

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