DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO “A”
INTRODUCCIÓN: Queridos hermanos ante la Palabra de Dios hoy
proclamada podemos correr el peligro de afirmar que es demasiado conocida, y
que por ello no nos diga nada nuevo. Sin embargo todos bien sabemos que la
Palabra de Dios siempre es viva, nueva y que ha de empapar nuestra existencia
vitalmente.
Hoy
gracias a los fariseos, Jesús resume en
el Evangelio todo su plan de vida:
La ley del amor. De entre los 248 preceptos positivos y los 365 negativos que
tenía el pueblo de Israel; Jesús propone lo que es verdaderamente importante y
decisivo. También nosotros, entre tantas direcciones en que se mueve nuestro
interés, nos preguntamos qué es lo verdaderamente importante. Y Jesús también
nos responde, nos propone:
1.- El amor
a Dios, que es el mandamiento
más radical de todos: “No tendrás otro
Dios fuera de mí”. Contra los ídolos de antas y de ahora. Contra el peligro
de centrar nuestra vida en otros dioses… Pues esos otros te esclavizarán. Solo
Dios, que es amor, te libera y te da la vida.
Amar
a Dios no es no solo blasfemar, o el santificar las fiestas… Es poner su plan de vida como prioridad en
nuestros programas y en nuestra mente para pasar al corazón. Es preguntarse qué
quiere Dios en vida; es escuchar su Palabra, encontrarnos con Él en la oración,
amar y desear lo que el ama y desea. Es algo más que temerle e incluso
obedecerle, es amar como un hijo a su padre y a su madre…
Testigos de ese amor son los cristianos de Tesalónica que “abandonando los ídolos, os volvisteis a
Dios, para servir al Dios vivo y verdadero”, nos dice San Pablo. Es ponerlo a Él por delante de cualquier otro valor. Y
esto supone conocerlo y ponerlos medios para ello.
2.-
El amor al prójimo como a nosotros mismos:
Es una consecuencia y semejanza del amor a Dios. Por ello Jesús los une. Le
preguntan por el primero, por uno, y los une los dos; de tal manera que amar a
Dios y al prójimo, se confunden. Hay una auténtica correlación entre el amor a
Dios y el amor al prójimo: El que ama a los hermanos ama a Dios y el que no ama
a los hermanos no ama a Dios. Así lo afirma el mismo Jesús: “Cuantas veces
hicisteis eso a uno de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis”. Y San Juan afirma “Si alguno dijere amo a Dios, pero aborrece a su hermano miente, pues
el que no ama a su hermano a quien ve,
no es posible que ame a Dios a quien no ve”. “Hijos míos no amemos de palabra y
de boca, sino con obras en verdad”.
La
verdad es que Dios no se siente amado,
cuando no amamos a los hermanos débiles. Así nos lo ha mostrado también el
libro del Éxodo en la primera
lectura: El desamparo de las viudas y los huérfanos, el aprovecharse de los
forasteros… de los pobres, es una ofensa a Dios mismo. Es más Jesús mismo se identifica con ellos,
cuando dice “…Me disteis de comer, me
distéis de beber, me visitasteis, me asististeis, cuando lo hicisteis con uno de ellos”. Por tanto la
comprobación de nuestro a mor a Dios pasa por el amor al prójimo. Jesús es el
nuestro modelo.
3.-
Conversión a Dios: Escuchar hoy el plan
de vida que nos propone Jesús, tiene que llevarnos a la conversión. De ella nos
ha hablado San Pablo en la segunda lectura: Abandonar los ídolos con sus
concreciones y volverse a Dios y volverse a los hermanos. Esta vuelta nos
llenará del gozo del Espíritu Santo derramado en nuestros corazones.
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