DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO
“A” PARA LA REFLEXIÓN
Toda
la Palabra de Dios de este Domingo es una invitación a participar de la Fiesta
del Amor y de la Vida abundante y eterna que Dios nos ha preparado por su Hijo
Jesucristo. Es una invitación para todas las personas y para todos los pueblos.
A esa invitación es necesario responder.
Dios
nos dice hoy: “Tengo preparado el
banquete… venid a la boda”. Dios por su Hijo se desposa con la humanidad,
pues “Tanto amó Dios al mundo que le
entregó a su Hijo…” Es preciso salir a los caminos del mundo para anunciar
a todos, malos y buenos, la Buena Noticia del Amor de Dios, la Vida eterna que
Dios quiere para todos los hombres, sus hijos.
“A todos los que encontréis, convidadlos”.
Se trata de una invitación, un llamamiento a la Vida, al Amor, a la Fiesta.
Nuestro Dios es el Dios de la alegría y de la esperanza, de la vida y de la
fiesta. Se preocupa y vela por nosotros, tal como lo describe bellamente el
salmo: “Me guía por el sendero justo,
prepara una mesa ante mi, me unge la cabeza con perfume y mi copa rebosa, su
bondad y su misericordia me acompañan todos los días de mi vida”.
¿Valoramos la propuesta del Señor así? A sentirnos amados, valorados,
perdonados, invitados a la alegría, a la libertad, a la plenitud… A LA
FELICIDAD, A LA VIDA PLENA.
Quizás no hemos valorado bien y
suficiente la riqueza que el Señor nos ofrece y por ello se explican nuestras
AUSENCIAS y nuestras EXCUSAS, y tratamos de justificarnos diciendo: “No tengo tiempo para nada”, “Voy muy
cansado, quizás más adelante…”
Pero,
¿cuántas veces estamos ocupados y distraídos por unas aficiones desmedidas a la
televisión, al deporte…, tareas que se comen nuestras mejores energías? Por eso
es bueno preguntarnos de vez en cuando qué es lo prioritario y fundamental en
nuestra vida.
Podremos pensar que esto les ocurre a los demás, a los que no frecuentan
los Sacramentos…, pero debemos pensar también en nosotros, que hemos acogido a
Cristo y creemos en Él, que ocupamos nuestros puestos en su mesa eucarística y
en la comunidad eclesial. ¿Podemos decir que aprovechamos del todo esta
invitación y sacamos fruto de las riquezas que Dios nos ofrece en su Iglesia:
la Palabra, los Sacramentos, los testimonios de santidad de tantos hermanos
cristianos de antes y de ahora? ¿O tal vez dejamos pasar el tiempo, con excusas
variadas, sin entrar de lleno en la profundidad y riqueza de los valores Reino
de Dios que se nos ofrece y se nos regala?
Por
otro lado, no basta con aceptar la invitación. Supone también llevar el vestido
de fiesta, recibido en el bautismo, como dice San Pablo: “Sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la
humidad, la dulzura, la comprensión… y, sobre todos el amor…”
Esta
Palabra de Dios de este Domingo se realiza en la Eucaristía. En ella celebramos
la Alianza, el Banquete de Bodas de Cristo, el Hijo de Dios con la humanidad,
de Cristo con cada uno de nosotros. A esta Alianza, a este banquete estamos
todos invitados. Jesús se nos entrega y con Él su amor, su vida, su alegría y
dicha sin fin…
Necesario que acudamos con el vestido de fiesta; con el gozo de nuestro
amor, cariño, perdón, con el gozo de sentirnos hijos de Dios y hermanos de
todos. Entonces este encuentro, la Eucaristía, será Fiesta, Banquete y Vida.
Invitaremos al mundo y también vendrán, acudirán a Él, al contemplar la
grandeza del amor y de la vida que aquí y fuera se nos regala y compartimos los
cristianos.
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