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martes, 14 de octubre de 2014


DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO “A”   PARA LA REFLEXIÓN

     Toda la Palabra de Dios de este Domingo es una invitación a participar de la Fiesta del Amor y de la Vida abundante y eterna que Dios nos ha preparado por su Hijo Jesucristo. Es una invitación para todas las personas y para todos los pueblos. A esa invitación es necesario responder.

     Dios nos dice hoy: “Tengo preparado el banquete… venid a la boda”. Dios por su Hijo se desposa con la humanidad, pues “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo…” Es preciso salir a los caminos del mundo para anunciar a todos, malos y buenos, la Buena Noticia del Amor de Dios, la Vida eterna que Dios quiere para todos los hombres, sus hijos.

      “A todos los que encontréis, convidadlos”. Se trata de una invitación, un llamamiento a la Vida, al Amor, a la Fiesta. Nuestro Dios es el Dios de la alegría y de la esperanza, de la vida y de la fiesta. Se preocupa y vela por nosotros, tal como lo describe bellamente el salmo: “Me guía por el sendero justo, prepara una mesa ante mi, me unge la cabeza con perfume y mi copa rebosa, su bondad y su misericordia me acompañan todos los días de mi vida”. ¿Valoramos la propuesta del Señor así? A sentirnos amados, valorados, perdonados, invitados a la alegría, a la libertad, a la plenitud… A LA FELICIDAD, A LA VIDA PLENA.

     Quizás  no hemos valorado bien y suficiente la riqueza que el Señor nos ofrece y por ello se explican nuestras AUSENCIAS y nuestras EXCUSAS, y tratamos de justificarnos diciendo: “No tengo tiempo para nada”, “Voy muy cansado, quizás más adelante…” 

    Pero, ¿cuántas veces estamos ocupados y distraídos por unas aficiones desmedidas a la televisión, al deporte…, tareas que se comen nuestras mejores energías? Por eso es bueno preguntarnos de vez en cuando qué es lo prioritario y fundamental en nuestra vida.

    Podremos pensar que esto les ocurre a los demás, a los que no frecuentan los Sacramentos…, pero debemos pensar también en nosotros, que hemos acogido a Cristo y creemos en Él, que ocupamos nuestros puestos en su mesa eucarística y en la comunidad eclesial. ¿Podemos decir que aprovechamos del todo esta invitación y sacamos fruto de las riquezas que Dios nos ofrece en su Iglesia: la Palabra, los Sacramentos, los testimonios de santidad de tantos hermanos cristianos de antes y de ahora? ¿O tal vez dejamos pasar el tiempo, con excusas variadas, sin entrar de lleno en la profundidad y riqueza de los valores Reino de Dios que se nos ofrece y se nos regala?

     Por otro lado, no basta con aceptar la invitación. Supone también llevar el vestido de fiesta, recibido en el bautismo, como dice San Pablo: “Sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humidad, la dulzura, la comprensión… y, sobre todos el amor…”

     Esta Palabra de Dios de este Domingo se realiza en la Eucaristía. En ella celebramos la Alianza, el Banquete de Bodas de Cristo, el Hijo de Dios con la humanidad, de Cristo con cada uno de nosotros. A esta Alianza, a este banquete estamos todos invitados. Jesús se nos entrega y con Él su amor, su vida, su alegría y dicha sin fin…

     Necesario que acudamos con el vestido de fiesta; con el gozo de nuestro amor, cariño, perdón, con el gozo de sentirnos hijos de Dios y hermanos de todos. Entonces este encuentro, la Eucaristía, será Fiesta, Banquete y Vida. Invitaremos al mundo y también vendrán, acudirán a Él, al contemplar la grandeza del amor y de la vida que aquí y fuera se nos regala y compartimos los cristianos.

 

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