DOMINGO XXV DEL TEIMPO
ORDINARIO “C”
Queridos
hermanos vivimos en una sociedad que valora excesivamente el dinero y lo
material cuyas consecuencias son las grandes injusticias de este mundo, los
casos de corrupción política y financiera…que están produciendo males y
desgracias en muchas personas y hogares que han perdido sus propiedades o sus trabajos…
Ante
esta realidad social, el Señor en su Palabra es muy tajante: “Ningún siervo puede servir a dos amos... No
podéis servir a Dios y al dinero”. El Señor presupone que nuestra vida, que
nuestro corazón ha nacido para amar y ser amado, para la entrega, para la
dedicación, para el servicio…
Quienes
sirven al dinero.
La
primera lectura nos ha mostrado el modus operandi de quienes idolatran el
dinero. Son egoístas, sólo piensan en enriquecerse, incluso robando o engañando
a los demás: “despojáis a los
miserables”; disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanza con
trampas”. Viven a su capricho...
Quienes
sirvan a Dios.
Dios propone un camino, el que han vivido y viven
tantos hermanos nuestros, muy diferente para ser feliz: “has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo”
(oración de la Misa). Lo que nos llena de verdad, lo que nos hace mirar el
mundo con otros ojos, lo que nos hace realmente ser personas y felices es Dios,
es su amor.
Podríamos decir que en la vida del, también en nosotros, hay como un
antes y un después de haber conocido a Dios. Así nos lo ha mostrado la
Parábola del Evangelio:
Dios
es ese Señor rico que nos ha entregado los bienes de la tierra para que seamos
buenos administradores de ellos. Pero, ¿qué ocurre? Que antes de conocerlo
bien, antes de tener experiencia de su amor... solíamos vivir para el señor
dinero, para lo material, para nosotros mismos derrochando, explotando,
aprovechándonos, buscando nuestros negocios sucios... con los bienes
recibidos. Podíamos decir que hemos servido al dinero (lo material...), que nos
hacia insensibles a Dios, al amor y a los hermanos. Podíamos decir que hemos
jugado a nuestro capricho. Todo daba lo mismo con tal de obtener bienes.
Es
aquello que decía cierto empresario: “Las leyes de la economía obligan a
preocuparse más del dinero que de las personas”. Y como decía el Padre
Claret: “La sed de los bienes materiales está secando el corazón y las
entrañas del mundo moderno”.
Ahora
bien, el que ha conocido a Dios...y ha tenido la experiencia de su amor, ya no
vive así; ha de vivir como “hijo de la
luz”. Ha de jugar fuerte en granjearse amigos, haciendo uso inteligente de
los bienes acumulados injustamente, para no perder el bien único absoluto: Dios
y su Reino; la vida, la felicidad, la vida eterna.
Después de encontrarnos con Jesús..., hemos de imitar a Zaqueo,
compartiendo con los pobres a manos llenas, creando vida, puestos de
trabajo..., poniendo nuestras vidas, lo que somos y tenemos al servicio de Dios
y de los hombres, de los hermanos más humildes...
Usar
los bienes, los talentos recibidos de tal forma que la fraternidad, la que
depende de ti, vaya siendo cada vez más posible: solidaridad sistemática con
los pobres.
Utilizar los bienes recibidos o acumulados, recordando el mandamiento de
“ayudar a la Iglesia en sus necesidades” pastorales y económicas. Y ello concretado en
compromisos personales...
Hagamos, pues, hoy un balance de nuestra vida y preguntémonos: Recibimos
mucho de Dios y de los demás, pero, ¿damos?, ¿nos damos? ¿Hacemos fructificar
los talentos recibidos de Dios en todo los que hacemos? Testimonios y
detalles...
Es el
momento de mirar al futuro siendo realistas y listos. Si hemos malgastado lo
recibido, viviendo para nosotros mismos..., hemos de ser astutos, listos y
granjearnos la amistad de Dios y de todos los hermanos con la entrega de nuestra vida y con los bienes
que nos corresponden incluso justamente, pues así experimentaremos que hay más
alegría en dar que en recibir... Que el que siembra generosamente,
generosamente recoge
Al
celebrar la Eucaristía queremos llenar nuestro corazón, a ejemplo de La Virgen,
de los valores de Dios y de su Reino.