Cuando llega la Cuaresma parece que
nos ponemos tristes, porque pensamos que empieza el tiempo de la penitencia, de
los ayunos, de la lucha contra el mundo, el demonio y la carne...
Es cierto que a todo esto nos
invita la Iglesia, que es nuestra Madre y sabe que este es un tiempo favorable
para ponernos de cara a Dios. Pero no tiene razón de ser la tristeza, sino más
bien el gozo, la alegría, la esperanza de sentirnos invitados a ser testigos de
la Resurrección del Señor, primicia de la nuestra. Y, como en toda gran fiesta,
hay unos preparativos que, cuando se hacen desde el amor, no cuestan esfuerzo.
Nosotros, como familia cristiana, sabemos que es el tiempo oportuno para el ayuno. Y ponemos este
signo ante el Señor, no ante los hombres, para decirle que no sólo de pan vive el hombre sino también de
su Palabra.
Y oramos con frecuencia en familia, porque sabemos
que Dios es nuestro Padre de
quien recibimos todo; y con los buenos padres es una maravilla hablar.
También en este tiempo tratamos
de dar limosna, en el anonimato, con más frecuencia. Porque, si
recibimos tanto de Dios, es bueno que nuestros hermanos más necesitados se
enteren que hay un Padre bueno de todos
los hombres. De estas maneras inculcamos a nuestros hijos, desde
pequeños, el espíritu verdadero de Cuaresma.
La Cuaresma es un tiempo en que somos invitados a abrirnos más a Dios, a
orar; a adoptar una actitud de mayor
servicio y entrega para con los demás, a la limosna; y a controlarnos a nosotros mismos con un poco más de
austeridad, a abstenernos y a ayunar. Pero esto no sólo deberíamos verlo y
fomentarlo en la celebración litúrgica, sino también con sencillas maneras de
oración o con símbolos accesibles en la familia.
Pueden ayudar en este tiempo unos elementos simbólicos colocados en
algún lugar de la casa: Sobre todo la
CRUZ, que nos recuerda a todos el camino de la Pascua de Cristo y de la
nuestra. Entronizarla con alguna luz, lámpara, rama o macetita.
La Biblia o Evangelios
“entronizados”, y abiertos en un lugar preeminente, que nos recuerden y lleven
a una más atenta escucha de la Palabra de Dios.
En torno a estos espacios, la familia
cristiana podría tener un momento sencillo de oración, diario o semanal que les
parezca viable con el Evangelio del día o del Domingo; bendecir la mesa, Vía
Crucis, gesto de austeridad..Convencidos, ayudemos a los hijos.
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